Iván Duque es el nuevo presidente electo. Sea agradable o no la idea, considero que las lecciones que deja la carrera presidencial muestran la reorganización política que está presente en el país y fija un nuevo panorama político. No podemos decir que es similar a lo que ocurrió, ni con la llegada de Uribe al poder en 2002, ni con la de Santos en 2010.
Motivos para seguir adelante
Todas las fuerzas políticas quedaron con motivos para seguir adelante, y esa es quizás la conclusión más alentadora en una democracia, la idea de que, aunque se pierde o gane, existe un espacio para algún día ser el gobernante.
Primero, el Centro Democrático ganó, pero no por eso la tendrá fácil, una cosa es ser oposición casi 8 años, o 4 desde su fundación, y otra es ser el oficialismo, tener que defender las políticas de un gobierno en curso, y soportar a una oposición que aprovechará cada oportunidad para mostrar el más mínimo error.
La gobernabilidad de Duque no está asegurada en su totalidad, por ahora, eso lo sabremos con certeza cuando posesione a su nuevo gabinete y directores de entidades, y además cuando deba sentarse con los parlamentarios que tan naturalmente fueron a su campaña en segunda vuelta.
Duque tendrá que demostrar que es capaz de sacar adelante las iniciativas prometidas en un congreso acostumbrado por décadas a moverse con los engranajes aceitados de contratos, cargos, ayudas, o apoyos en elecciones regionales, y llegar con un discurso de rechazo a todos esos aliados electorales no parece tener mayor efecto en la práctica.
Su equipo de empalme muestra por ahora a un círculo de confianza creado de sus propios amigos, de cercanos al expresidente Uribe y de cercanos a su vicepresidenta Marta Lucía y Andrés Pastrana. Si su gabinete cierra la participación a Cambio Radical, el Partido Liberal y el Partido de la U, tendrá que ofrecer a cambio algo más importante que un “acuerdo programático” a esas bancadas.
Es más fácil hacer oposición
Si algo sabe hacer con excelencia Gustavo Petro, es oposición en el Congreso. Debates de control político encarnizados, y ahora un arma nueva: movilización. Un ex candidato que quiere fijar una hoja de ruta para no quedarse sólo con discursos en el legislativo, sino, además mover a las personas en las calles en rechazo de las políticas del nuevo gobierno.
La desventaja del ex alcalde de Bogotá es ver si es capaz de crear un proyecto político colectivo, que no sea sólo un grupo debajo de su sombra, algo que por ahora no se vislumbra a falta de un imán tan poderoso como lo es una elección presidencial de dos opciones, y reconociendo su historial de relaciones tensas con sus “aliados” que luego lo describen como un líder terco y convencido más de sí mismo que del trabajo en equipo.
Y queda el centro, si bien desde el Congreso la Alianza Verde y el Polo Democrático tienen un rango de acción limitado, aunque no despreciable, su nuevo reto serán las elecciones regionales de 2019, y cuentan con dos grandes cartas que no poseen los extremos al mismo tiempo: votos en Antioquia y el Eje Cafetero la tierra del uribismo, y votos en Bogotá la casa electoral de Petro. El primer paso será la Consulta Anticorrupción cuyo éxito favorecerá a la oposición, sólo en la medida en que no se dejen quitar esa bandera en los medios.
Todo el resto del país es variable, y se la jugará por la reactivación de las maquinarias, pero las grandes ciudades serán el reflejo de ese nuevo panorama.
Finalmente queda la llamada “Resistencia”, que, aunque merece una columna completa diré: primero, la resistencia denota mucho más que la oposición a un gobierno (a propósito, uno que ni se ha posesionado), pero su éxito requiere más que el “guayabo de una elección” pérdida, y segundo y más importante aún, ¿Resistencia para favorecer a quién?, ¿Resistencia para lograr exactamente qué?, y ¿Resistencia por cuáles medios?, ¿Los democráticos, contestatarios, beligerantes, todos, cuáles?