Hacer política en Colombia es algo difícil, aunque en realidad no debiera serlo si pensamos en el bien común de los connacionales, y no de manera individualista y egoísta.
Comenzando por que no hemos salido del sistema patrimonialista y los colombianos no están acostumbrados a votar por ideas, programas de gobierno y estrategias sino por personas, o quizás no les interesa. Se nos olvida que las personas pasan y las instituciones quedan.
Esta condición de personas nos recuerda el sistema feudal, y es por ello que seguimos pegándonos contra la pared, eligiendo mal. Lo peor es que no hay coherencia.
Nos quejamos de los corruptos, pero los reelegimos. Al parecer la sociedad se ha corrompido y por ello no se mira la dimensión del daño que se le produce a la misma nación y a la democracia colombiana.
Para algunos sociólogos el político corrupto no se hizo corrupto cuando llegó al poder, sino que ya lo era, producto de su propio entorno.
La doble moral es la regla general y los ciudadanos se quejan de ella, pero no dejan de practicarla.
Hablar de partidos políticos es un sofisma. La sociedad se ha acostumbrado (o a lo mejor le gusta) a que le hablen como ella quiere, pero no con la realidad que la situación amerita; y ese es el inconveniente, porque ante tantos descalabros y problemas estructurales que tenemos no es con poesía ni pañitos de agua tibia como vamos a salir de ellos, sino es con los pantalones bien puestos y con el pecho en alto, para afrontarlos con la verraquera que demandan las circunstancias.
Por su parte los jefes de los partidos tradicionales acabaron con la filosofía y con los principios ideológicos de sus propios partidos. Ahora lo que existe es una cacería de brujas entre los propios expresidentes, quienes no solo hacen el ridículo, sino que son un mal ejemplo para con la sociedad, que trata de imitarlos y ahondar en los antivalores.
Los otros que dicen llamarse partidos políticos, no lo son tampoco. No se sabe cuál de ellos es peor, porque cada noticia que se escucha o se lee es para denunciar a los corruptos que los conforman o para manifestar que estos grupos partidistas avalaron a un hijo o familiar de narcotraficantes, de culpables de desplazamiento forzado, o de paramilitares.
Esta práctica acaba con el espíritu de lo que debe ser un partido político, el cual es una de las columnas de la democracia. Los partidos deben estar conformados por líderes honorables, con capacidad y profesionalismo, que buscan el bien común, y no que fomentan los amiguismos y las roscas.
Después de todos los escándalos que han protagonizado altos funcionarios del gobierno, congresistas y algunos candidatos presidenciales así como presidentes de la república, entre otros más, mostrando diplomas falsos, ¿qué se puede esperar del ciudadano común, si el mal ejemplo cunde?
Este panorama es deprimente, pero lo es más, que la nación colombiana se haya anestesiado y no reaccione.
Los colombianos no se dan cuenta que esto es una bomba de tiempo que nos conducirá al precipicio de la anarquía y del populismo, como les pasó a Nicaragua y a Venezuela, por ejemplo.
Si aparece una persona honesta, realmente calificada, no gusta, cuando se debería votar por ella.
¿En qué país vivimos, si no hacernos un acto de contrición, si no reflexionamos y si no cambiamos de rumbo? ¿Es que tendremos futuro? ¿Qué necesitará el pueblo colombiano para que despierte de este letargo suicida en el que vive?
Después de falsos positivos, corrupción, clientelismo, antivalores, narcotráfico, desplazamiento, paramilitares, delincuencia común, injusticia social, amiguismo, componendas, ¿que nos queda? ¡Ojalá, ocurra el milagro que se requiere para que en las elecciones que tendremos este año, votemos por el mejor y no cometamos el error de votar por el peor o por el menos peor!