Estamos viviendo en un muy complejo e incierto escenario global, que no se debe a la pandemia del Covid-19, aunque la misma puede haber contribuido a evidenciarlo y enrarecerlo, sino al comportamiento de actores globales relevantes como Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea.
Con la llegada a la presidencia de Donald Trump en USA y su lema de ‘América primero’ inició una política de neo-aislamiento y de cuestionamiento del orden internacional que se había venido construyendo desde la segunda posguerra mundial –su última decisión el abandono de la OMS- y una clara política de confrontación –fundamentalmente en las relaciones económicas, pero también en otros campos, por ejemplo en el sudeste asiático, especialmente en el mar de China- a quien ve como su rival más relevante, China. Su última disputa se ha dado alrededor de la pandemia acusándola de ser la causante del Covid-19 y ahora de estar espiando la fabricación de vacunas y cuyo acto final, por el momento, el cierre de un consulado chino en USA y la consiguiente represalia china de cerrar un consulado norteamericano en aquel país. En esto ha jugado un papel importante su aliado británico el primer ministro Boris Johnson.
Con la Rusia del presidente Vladimir Putin la relación ha sido más ambigua, por momentos de coqueteos –algunas fuentes dicen que hackers rusos contribuyeron a la primera elección de Trump-, en otros de cierto desafío, pero allí parece que la capacidad armamentística rusa, con armas de última generación, parecen generarle cierta pausa en sus relaciones de confrontación. A pesar del evidente acercamiento de Rusia con China.
Con la Unión Europea la relación de Trump ha sido de darle un tratamiento de ‘hermano menor’ e incluso amenazó con abandonar la OTAN –la alianza militar heredada de la guerra fría como herramienta para defenderse de los soviéticos- y exigirles una mayor contribución en sus tareas de defensa. En América Latina ha vuelto a una política del ‘neo-gran garrote’ abandonando la distensión adelantada por la administración Obama para con Cuba y con el apoyo de los gobiernos de centro-derecha, especialmente Brasil, que predominan en la región, confrontar a los gobiernos que se asimilan a gobiernos de populismo de izquierda.
El manejo de la pandemia, por ello ha sido más de tipo individual –en parte de tipo competitivo más que colaborativo-, por cada uno de los centros de poder global y dándole a la OMS un tratamiento de segundo nivel. Esto ha generado ‘modelos’ de manejos diversos y con resultados igualmente disímiles a nivel global.
Las elecciones norteamericanas de noviembre serán determinantes en definir el escenario global de la pos-pandemia. Una reelección del presidente Trump acentuará estas tendencias de confrontación global, con los riesgos que ello conlleva para la paz internacional; por el contrario un triunfo del candidato demócrata Joe Biden –que por el momento aventaja a Trump en todas las encuestas, pese a ser poco carismático y esa es su gran debilidad-, permitiría recomponer unas relaciones internacionales más colaborativas. Por supuesto, el rol de China y Rusia va a ser determinante y las relaciones dependerán de un manejo adecuado, de todos los actores, del poder y la capacidad de concertación.
Quien ha dado un mensaje a destacar ha sido la Unión Europea al ser capaz de ponerse de acuerdo para un plan solidario de reconstrucción europeo –setecientos cincuenta mil millones de euros-, que muestra una tendencia a buscar salidas cooperativas para enfrentar el incierto futuro. Eso marcaría un camino distinto para enfrentar las relaciones internacionales, pese a que la Unión Europea no es hoy día un actor global de primera línea.