EN EL ATOLLADERO

Opinión Por

OBSESIÓN FATAL

Por mucho tiempo la obsesión por alcanzar la meta de producción de un millón de barriles de petróleo al día nos llevó a despreocuparnos de las reservas; como en la paradoja de huidobro los frondosidad de los árboles no nos dejaban ver el bosque. Es más, el cortoplacismo que nos invade nos llevó además a pensar sólo en alcanzar dicha meta, restándole importancia a la sustentabilidad de la misma, lo que nos llevó a que la misma fuera sólo flor de un día por lo efímero del éxito logrado. No le paramos bolas a lo que dijo el arriero de la ranchera, que no hay que llegar primero sino saber llegar y los resultados están a la vista. Se nos olvida que las cuentas de las reservas y la producción son lo más parecido a una cuenta bancaria, en la que a la vez que giramos sobre los fondos que hay en ella en depósito debemos también consignar, de tal modo que si el monto de lo girado supera el de las consignaciones ineluctablemente llegará el momento en el que estaremos sobregirados y este es el caso!

Si el ritmo de producción es mayor al ritmo de incorporación de más barriles a las reservas de crudo ello nos tenía que conducir a la declinación de las reservas del mismo, que habría sido mayor si se hubiera mantenido la rata de extracción del millón de barriles/día. Pero, como es bien sabido la producción ha decaído no sólo por el desplome de los precios que ha llevado a parar la operación de aquellos campos cuyos mayores costos los saca del mercado sino también por los paros, bloqueos y protestas sociales, amén de los sabotajes en que han derivado varias de estas movilizaciones a los que ha estado expuesta la infraestructura, tanto la de transporte como la de la operación misma.

EL DERRUMBE DE LOS PRECIOS Y LA RETRACCIÓN DE LOS CAPITALES

El derrumbe de los precios no sólo se ha traducido en la caída de la producción sino que también se ha traducido en una menor afluencia de capitales al país con destino al sector de los hidrocarburos y en el menor apetito por invertir en Colombia, que pierde competitividad relativa frente a otros países que lucen más atractivos. Lo acaecido en los últimos dos años es dramático, toda vez que para el año 2015 Colombia, según la CEPAL, registró la peor caída de la inversión extranjera directa (IED) en América Latina con el 26%, casi el doble del promedio en la región que fue del 14%. En el caso de Colombia, después del auge de la IED, que pasó de US $2.390 millones, promedio, entre el año 2000 y 2004 a US $8.484 millones entre 2005 y 2011, llegando a su clímax entre el 2012 y 2014 con US $15.556 millones. Luego vendría la estampida de la IED y desde luego el descalabro fue mayor en la inversión en el sector de la minería y los hidrocarburos, la cual llegó a acaparar el 76.49% del total en 2010, que pasó, según datos de la Balanza de pagos del Banco de la República, de los US $4.732 millones en 2014 invertidos en la industria del petróleo a US $2.512 millones en 2015 y a US $2.172 millones en 2016, un bajonazo del orden del 55% en los últimos dos años. Con la caída de los precios del petróleo desde mediados de 2014 cayó también la participación de la industria extractiva en la IED alcanzando un porcentaje de 30.09%, su nivel más bajo, en 2015.

Aquí hagamos una digresión para tratar de establecer el curso que ha seguido la IED en los último años y la recomposición que ha experimentado la misma. El largo ciclo de precios altos de los commodities (2003 – 2011) vino acompasado por una gran afluencia de capitales e inversiones hacia los países productores y exportadores de los mismos. Entre el 2010 y el 2011, año de inflexión del ciclo, mientras en el mundo el incremento fue de 17%, en contraste se incrementó la IED en Latinoamérica el 34.6% y en el caso específico de Colombia tuvo un salto de garrocha del 113.4% (¡!). Para el año 2010 la IED en Colombia fue del orden de los US $9.480 millones, para un incremento de 37% con respecto al 2009, de los cuales el 76.5% tuvieron como destinación el sector de minas y petróleos.

A partir del año 2011 esta tendencia se revierte y empieza a darse un reflujo de capitales que migran de la región y del país para refugiarse en el dólar y/o en los bonos del Tesoro de los EEUU, debido a la contracción de los mercados de los commodities y la consiguiente baja de sus precios. En los últimos cuatro años la IED ha sido de US $16.211 millones en 2013, US $16.164 millones en 2014, US $12.108 millones en 2015, mostrando una caída del 25.31%, para luego registrar un ligero repunte del 12% en 2016 con US $13.593 millones. Este retoño no alcanzó verdor, puesto que según las cifras del Banco de la República en el primer trimestre de este año la IED recayó nuevamente el 20.1% frente al primer trimestre del año anterior, para anclarse en los US $1.717 millones. Es de anotar que la IED que estuvo concentrada en los años anteriores en la industria extractiva, esta empezó a perder participación en la misma, pasando desde el 76.5% en 2010 a 15.3% en 2016. Llama poderosamente la atención que la caída de la IED en el primer trimestre de este año, además de generalizada, fue mayor en aquellos sectores diferentes a minas y petróleo, 41.4% contra 3.48% (¡!).

SE RESIENTE LA ACTIVIDAD PETROLERA

Según la Asociación Colombiana de Petróleos (ACP) en 2016 “la inversión en producción de hidrocarburos cayó en 70% frente a 2015”. Por su parte, según reporte de la Cámara Colombiana de Servicios Petroleros (CAMPETROL), la inversión prevista en los contratos de exploración y producción (E&P) para el 2015 que era de US $552 millones, al final sólo se cristalizaron US $396 millones. Ello, como era de esperarse, terminó reflejándose en un menor número de taladros en actividad y un menor número de pozos exploratorios perforados. Como lo afirma la ACP, “durante el primer semestre de 2016 la perforación de pozos de desarrollo de producción prácticamente se paralizó, iniciando una moderada reactivación en el segundo semestre del año que desafortunadamente no logró revertir la tendencia decreciente en producción que venía sucediendo por la declinación natural de los campos y los bajos niveles de inversión.

SE ACELERA LA DESACELERACIÓN

Este descaecimiento de la actividad hidrocarburífera en Colombia le pasó factura al PIB del país, que venía siendo impulsada hace rato por la locomotora de la industria del petróleo, cuyos precios fueron los últimos en caer, pues los demás commodities se deslizaron por el tobogán desde el 2012. La economía, que venía en franca desaceleración (crecimiento del PIB en 2014 4.4%, en 2015 3.1% y en 2016 2%), ahora merced al desánimo de la misma, el crecimiento del PIB pierde fuerza e impulso acelerándose la desaceleración. La ralentización del crecimiento de la economía el último año es evidente: el crecimiento del PIB en los cuatro trimestres de 2016 así lo demuestran, 2.7%, 2.5%, 1.1% y 1.6%, respectivamente, prolongándose y acentuándose en el primer trimestre de este año, que arrancó con el pie izquierdo, con un crecimiento del PIB del 1.1% con respecto al mismo trimestre del año anterior, que si se compara con el último trimestre del año pasado el dato resulta negativo en 0.2%. Son 40 puntos básicos por debajo del registro trimestre anterior, una aceleración de la desaceleración de 1.6 puntos porcentuales frente al primer trimestre de 2016. Es como si la economía estuviera en el atolladero.

Ahora bien, lo que dicen las cifras del DANE, que fueron reveladas la semana anterior, es que la acelerada desaceleración es generalizada, pues este magro crecimiento del 1.1%, además de ser inferior al crecimiento vegetativo de la población en Colombia, prolonga en el tiempo la desaceleración inducida a que fue sometida la economía colombiana en su momento por parte del Gobierno y el Banco de la República. En efecto, excepción hecha del sector agropecuario, que creció el 7.7%, el crecimiento de los demás sectores es decepcionante, sobre todo el sector de minas y canteras que sufrió un desplome del 9.4% con respecto al mismo período del año 2016. Al desagregar esta cifra observamos que el descenso del subsector de petróleo fue aún mayor al registrar el 12.6%. Ahora, este sector que enantes era el que le imprimía dinámica al crecimiento de la economía ahora se ha tornado en el lastre que la frena. Sólo nos consuela saber que la caída de la actividad petrolera se empieza a desacelerar, si tenemos en cuenta que el descenso del crecimiento de su PIB en los dos últimos trimestres del año anterior que fue de 16% y 14.6%, respectivamente, se mantiene.

Conocida la cifra del DANE, que muestra el mediocre crecimiento de la economía en este primer trimestre del año de un anémico 1.1%, todos los analistas y centros de pensamiento, así como los organismos internacionales,  están revaluando y revisando a la baja su proyección del crecimiento del PIB para el año completo. La apuesta de FEDESARROLLO y del FMI del crecimiento del PIB para este año ronda el mismo 2% del año anterior  y el Banco de la República, en su reciente sesión de junta, revisó a la baja su pronóstico y prevé un crecimiento de sólo el 1.8% (¡!). Y ello, a pesar de los intentos y el empeño del Gobierno y el Banco Emisor de reanimar la economía, lo cual ha obligado al Ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas, luego de conocer los resultados del primer trimestre, a anunciar, muy a su pesar, que para el mes de junio, al expedir el Marco Fiscal de Mediano Plazo (MFMP) se revisará hacia la baja la meta oficial de crecimiento de 2.5%, que como diría el reputado escritor mexicano Octavio Paz está a las afueras de la realidad.  

Primero fue a través del Plan de Impulso de la Productividad y el Empleo (PIPE), en sus dos versiones y ahora a través de Colombia repunta, el Gobierno Nacional, de la mano del Banco central, se ha propuesto contrarrestar la desaceleración y reactivar la economía, pero hasta ahora los resultados son desalentadores. Con tal fin, a través del Ministerio de Hacienda y de Comercio exterior se han tomado una serie de medidas que buscan estimular la inversión, la producción y el empleo, que vuelve a aproximarse a los dos dígitos. Están por verse los resultados de este nuevo impulso que se le pretende dar a la economía, porque lo alcanzado con el anterior no invita al optimismo.

Por su parte la Junta directiva del Banco de la República, que como funciones el manejo tanto de la política monetaria como la política cambiaria y como objetivo fundamental defender el poder adquisitivo de la moneda manteniendo a raya la inflación, ha estado muy activa en el propósito de coadyuvar a sacar la economía del letargo en el que ha estado por un ya largo tiempo. En cuanto a la tasa de cambio, en los últimos tiempos su posición ha sido más bien pasiva, habida cuenta que la apreciación del dólar ha hecho posible contar con una tasa de cambio con respecto al dólar mucho más competitiva que antaño, pese a lo cual no se ha traducido en mayores exportaciones, como era de esperarse. Después que nuestras exportaciones en el 2013 fueron del orden de los US $34.313 millones, en el 2015 se redujo casi a la mitad, US $17.266 millones. Y lo más grave es que no sólo cayeron las exportaciones tradicionales (carbón y petróleo) sino también las no tradicionales. Entre las razones de que ello ocurra está el hecho de que por efecto de la enfermedad holandesa, como efecto colateral del auge minero-energético, prácticamente desmanteló el aparato productivo y de allí que la tasa de cambio más competitiva poco puede hacer para galvanizar la industria y el sector agropecuario. Las cifras hablan por sí solas: las exportaciones del sector industrial cayeron desde el 60.1%  en 2002 a sólo el 35.6% en 2014. Entre tanto el sector agropecuario redujo su participación en la exportaciones en ese mismo intervalo a la mitad, pasando del 9.9% al 4.6%.

En cuanto a la política monetaria, el Banco de la República apeló a la tasa de interés de intervención, que es como se conocen las Operaciones de Mercado Abierto (OMA) a través de la cual el Emisor fija la tasa de interés mínima que cobra a las entidades financieras por los prestamos que les hace para sus operaciones o la tasa de interés máxima que les paga a las mismas por el dinero “sobrante” que recibe de parte de ellas. En efecto, por una largo rato, que se prolongó por un año entero, de mantener congelada dicha tasa en 4.5%, la Junta directiva del Banco resolvió reajustarla en 25 puntos básicos quedando en 4.75% el 25 de septiembre de 2015 y luego vendría una sucesión sucesiva de alzas en la tasa de intervención tendientes por un lado a evitar el “recalentamiento” de la economía y por el otro a tratar de volver a anclar la inflación a su meta, dentro del rango 2% – 4% anual. Y no era para menos, la inflación se había desbocado, al punto que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) entre mayo de 2015 y mayo de 2016 marcó el 8.20% (¡!), más del doble del límite superior de la meta a alcanzar. Así fue cómo se llegó a fijar por parte del Banco central la tasa de intervención en su Junta del 1 de agosto de 2016 en el 7.75%, acumulando un alza de 300 puntos básicos en el transcurso de diez meses, la más alta en los últimos 7 años.  

Ante la acelerada desaceleración del crecimiento del PIB y ante la presión del sector productivo del país y sus gremios, el Banco la Junta directiva del Banco de la República y el ejecutivo nacional dieron un viraje en sus políticas públicas. Mientras el Gobierno empezó a implementar políticas contracíclicas poniéndole fin a la “austeridad inteligente” de la cual hablara el Ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas, a aumentar la inversión pública, particularmente en las regiones. La decisión del Gobierno Nacional de echar manos de $1.5 billones que estaban congelados en el Fondo de Ciencia y Tecnología del Sistema General de regalías (SGR) para invertirlos en un ambicioso plan de construcción e intervención de 3.500 kilómetros de vías terciarias forma parte de esta estrategia. Por su parte el Banco Emisor, teniendo en cuenta que la amenaza de una hiperinflación estaba ya controlada, pasó de su política monetaria contraccionista a otra expansiva. Procedió, entonces, a bajar la tasa de intervención a partir del 19 de diciembre de 2016, cuando su Junta directiva la fijó en 7.50% y a partir de la Junta de ayer 26 de los corrientes rige el 6.25%, al aprobar una rebaja de 25 puntos básicos, para así abaratar el crédito y de paso incentivar la alicaída demanda agregada.

Pero, la mesoeconomía, que tiene que ver con el entorno tanto interno como externo de la economía, especialmente la crispación y la polarización de la política y los procelosos tiempos que nos esperan ahora que estamos en los primeros escarceos de la contienda electoral de marzo del año entrante, cuando se darán las elecciones parlamentarias y mayo, cuando tendremos la primera vuelta de la elección presidencial, conspira contra las posibilidades de éxito del paquete de medidas en marcha, porque atentan contra la confianza, piedra miliar, según el Nobel de Economía 1993 Douglas North, del desarrollo económico de las naciones.

EL GRAN DESAFÍO

Es un hecho impajaritable, mientras no se revise el Modelo económico y se corrija su rumbo, superando la reprimarización de la economía dela última década, diversificándola, no vamos a salir del atolladero. Este es el talón de Aquiles de la economía colombiana, su excesiva dependencia de las materias primas. Bien ha dicho el experto Manuel José Cárdenas que “apoyarse en factores tan estáticos como los recursos naturales, puede ser una buena manera de comenzar, pero una mala manera de continuar… hay que conseguir una transformación productiva de fondo”, pero nosotros seguimos en las mismas.

Lo ha dicho y lo ha repetido la Secretaria ejecutiva de la CEPAL Alicia Bárcenas “hay que procurar que las exportaciones vayan más allá de las materias primas” y para ello es fundamental seguir el consejo de Dani Rodrik, en el sentido que “el desafío central del desarrollo económico no es la demanda externa, sino el cambio estructural interno”. Es claro, entonces, que si no propiciamos el cambio de Modelo, para diversificar la economía y la producción, amén de la composición de las exportaciones y el destino de estas nos contaremos entre las naciones que habrán fracasado, yendo hacia al abismo con los ojos abiertos.

Coletilla.- La Organización de países exportadores de Petróleo (OPEP) acordó el día de ayer en su Cumbre de Viena mantener por nueve meses más la reducción del bombeo de 1.8 millones de barriles/día que había dispuesto en noviembre del año anterior y que entró en vigor a partir de enero de este año. Con ello se pretende contener la sobreoferta de crudo que ha conducido a que sus precios se depriman. Huelga decir que su impacto es limitado habida consideración que la mayor presión sobre los precios proviene de la producción de los EEUU, que mantiene el acelerador a fondo, sobre todo luego de la llegada de Donal Trump a la Casa blanca. Así las cosas, es previsible que los precios sigan rondando los US $50 el barril en los próximos meses. EEUU seguirá cumpliendo su papel de aguafiestas, de ello no hay la menor duda.

Economista de la Universidad de Antioquia, fue Senador y Presidente del Congreso, Ministro de Minas y Energía, y Director Ejecutivo de la Federación Nacional de Municipios hasta principios de 2017.