Después de la consulta del 11 de marzo, simultánea con las elecciones de Congreso y las encuestas posteriores que fueron en cierta medida una especie de ‘boca de urna’, se ha generado y los medios han contribuido, la sensación de que ya está definida la elección presidencial y que quienes pasarían a segunda vuelta serían Iván Duque y Gustavo Petro, si hay segunda vuelta, porque los más optimistas dicen que esto se resuelve en primera vuelta.
Pero evidentemente esto no corresponde a la realidad política, ni tampoco a lo que le conviene al país. Como lo han mencionado varios analistas, hubo en las consultas la participación de un poco más de nueve millones de electores, pero votaron más de diecisiete millones de colombianos y es probable, como ha sido la tradición electoral nuestra, que en las presidenciales los votantes serían más de dieciocho millones. Esto indica que hay más de ocho o nueve millones de colombianos, que en la medida en que no votaron ni en la consulta de la derecha, ni en la de la izquierda, estarían potencialmente dispuestos a apoyar otra opción, probablemente del centro político, que por consiguiente tendría posibilidad de triunfo. Claro, también alguna de las dos campañas que puntean por ahora las encuestas podría ganarse parte de ese centro político. Para esto pueden ser útiles los debates entre los candidatos.
Desde el punto de vista de la conveniencia nacional, no se trata ni que la izquierda gane y le imponga un proyecto político al resto del país, ni que la derecha hiciera lo mismo con su proyecto político. Esa fue la lógica de las guerras civiles del Siglo XIX, en que el Liberalismo Radical pretendió imponerle al país su proyecto de Estado y de Sociedad encarnado en la Constitución de 1863 –lo cual generó nuevas guerras civiles- y eso mismo hizo la Regeneración Conservadora con la Constitución de 1886 y su modelo de Estado y Sociedad, que igualmente generó nuevos enfrentamientos fratricidas. Hubo que esperar a la Reforma Constitucional de 1910, en el marco del Republicanismo, para que los dos partidos comenzaran a hacerle cambios a la Constitución consensuados y que fueran la base de la convivencia social y política de esos decenios.
Considero que en el actual momento lo que le conviene a los colombianos es un proyecto político de centro –es el desafío para las campañas que se identifican de ese nicho-, que le garantice a todos los actores políticos, el respeto a sus derechos y que estimule la convivencia dentro de la diferencia –de eso se trata en una democracia-. Donde las necesarias reformas para garantizar el crecimiento de nuestra economía, la generación de empleo, las que haya que hacerle al sistema de salud, a la justicia, a la lucha contra la corrupción y a la educación, entre otras, sean producto de análisis y debates en el Congreso –afortunadamente allí vamos a tener igualmente bancadas diversas pero ninguna mayoritaria-, en la sociedad –academia, gremios empresariales, organizaciones sindicales, ONGs- y en las organizaciones políticas.
Contra la posibilidad de construir esta opción política de centro conspira, de una parte las ’barras bravas’ de la izquierda, la derecha y también del centro y esa actitud pendenciera de sectores de la opinión que consideran que el debate tranquilo y argumentado es ’aburridor’ y que lo animado son los argumentos y epítetos polarizantes y ofensivos contra el otro.