Uno de los elementos fundamentales para el funcionamiento de una democracia es la fortaleza de las instituciones; aspecto que algunos sectores políticos, especialmente de los extremos de derecha y de izquierda, no valoran suficientemente, pero que es básico para la formulación e implementación de buenas políticas públicas, que es como se pueden hacer reformas que beneficien a los sectores más desprotegidos de una sociedad y perfeccionar los mecanismos de una democracia.
Cuando uno observa el panorama de la región, con casos como el de Argentina en el año 2000 con la salida forzosa del Presidente Fernando de la Rua –hubo cerca de cinco presidentes en una semana-, o el de Perú recientemente, con cerca de tres presidentes en un corto período, para sólo referirnos a dos casos, pero son muchos más, debe valorarse la solidez de nuestras instituciones –acá es impensable eso, porque si hay algo que caracteriza nuestra democracia es que hay una solidez institucional-. Eso no significa que esas instituciones no son posibles de reformar, por supuesto que sí, pero ello debe hacerse sobre la base de grandes acuerdos para que las mismas tengan legitimidad y en lo posible a través de los mecanismos establecidos por la Constitución.
Por ello debemos rechazar iniciativas de política electoral que promueven, a través de mecanismos plebiscitarios –los que les gustan a los populismos de derecha y de izquierda-, cambios ‘a la carta’ y al gusto de algún sector político –unos para reformar la Justicia como les parece y otros dizque para introducir nuevas revocatorias de mandato de los Presidentes-. Por supuesto que se pueden y seguramente se deben, introducir reformas al funcionamiento de la Justicia, así como se deben hacer en el sistema electoral –empezando por su cabeza, el Consejo Nacional Electoral y la Registraduría, pero no atropellando las cosas en vísperas de procesos electorales-.
Frente a estas iniciativas de reforma es que cumple un papel fundamental un amplio y cohesionado centro político –que puede ir desde la centro izquierda, pasando por el centro y hasta el centro derecha-, capaz de liderar la construcción de los necesarios consensos y de construir las fórmulas institucionales que den garantías a todos los sectores políticos. Porque un moderno centro político lo que hace es contribuir a construir y consolidar instituciones, no para golpear a un determinado sector, sino para garantizarle a todos la posibilidad de participar en la controversia política con garantías. Así como contar con unas Fueras Militares y una Policía profesionales, apartidistas, en la medida en que su función fundamental es garantizar la seguridad de todos los asociados –por ello las relaciones civiles-militares y civiles-policiales son tan importantes y una clara subordinación de militares y policiales a las autoridades civiles democráticamente electas-. Unas instituciones militares y policiales que actúen en cumplimiento estricto de la Constitución y la ley, pero que cuenten con el respaldo y respeto de todos los ciudadanos.
Por ello, una de los grandes acuerdos fundamentales en una democracia, entre todas las fuerzas políticas, debe ser el respeto y apoyo a la institucionalidad, porque ellas son la base y estabilidad de la misma. Cada sector político que triunfe en las elecciones tiene el derecho a formular e implementar las políticas públicas que considere pertinentes acorde con sus orientaciones políticas, pero de ninguna manera pretender modificar las instituciones, a no ser que esos cambios sean productos de grandes acuerdos políticos y sociales. Esto garantiza otro principio fundamental en una democracia como lo es la alternancia en el gobierno, con las garantías estrictas para quienes transitoriamente cumplen la función de oposición, pero que mañana pueden ser gobierno.