La gobernanza ante todo impulsa el acuerdo. Pero un acuerdo sobre la ciencia en Colombia requiere de voluntad, recursos económicos y audacia en la gestión de capacidades. Durante todo el mes de agosto y septiembre, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Minciencias) realizó un dialogo nacional sobre el documento CONPES de Ciencia, Tecnología e Innovación. Será la primera vez que el país tenga una política pública en esta materia, y esta se convertirá en una línea de acción que complemente el informe entregado por la Misión de Sabios hace 10 meses.
Han participado más de 1.300 actores del ecosistema de ciencia, tecnología e innovación de todo el país en su discusión, en torno a la idea de incrementar la contribución de la ciencia, la tecnología y la innovación para favorecer el desarrollo social, económico, ambiental y sostenible del país, con un enfoque incluyente y diferencial.
La ciencia no puede ser un privilegio que aísle y excluya, la ciencia es un derecho. Para que genere una sociedad del conocimiento, la ciencia debe ser cotidiana. En Japón, por ejemplo, el derecho a la ciencia permite que el Estado le transfiera la suficiente información y capacidades a los niños para que comprendan temas tan importantes como qué es el cambio climático y cómo afecta sus vidas. De este modo, la ciencia se transforma en la habilidad para reconocer un problema e impulsar sus soluciones.
He conocido empresas colombianas que producen energía de plasma, que hacen nanosatélites, que generan salones 7D, que codifican matrices estéticas bioriginales a bienes y servicios creativos, o que cocinan en moléculas. Hay cualquier cantidad de talento que puede impulsar al país para que sea una potencia. Como dirían los Sabios: Colombia al filo de la oportunidad. Es por eso que esta sociedad necesita una idea sobre equilibrio y prosperidad que se repita todo el tiempo y que le diga al Presidente: Como mínimo, para el 2021, Colombia debe aumentar ese penoso 0,27 por ciento de inversión en ciencia, tecnología e innovación y llegar al 1 por ciento del PIB.
Es el momento también para que las voces que han impulsado desde el Congreso el fortalecimiento de la institucionalidad científica del país no escatimen en esfuerzos para concretar la conquista de una mayor inversión en CTeI. Al menos, que se triplique y este alcance a llegar a ese 1 por ciento del PIB. Así mismo, que estas voces también se multipliquen y la ciencia sea una causa común en el legislativo.
El Departamento Nacional de Planeación, que es algo así como el ministerio de la metodología, ha dado un gran paso al reconocer nuevas metodologías en el desarrollo de este CONPES. Ahora, también es momento de que junto al Ministerio de Hacienda, amplíen la definición de sus indicadores macroeconómicos de cara a la realidad, y es que si hay algo que necesita “asistencialismo” por parte del Estado, para que emerja una economía del conocimiento, es la ciencia.
¿Qué pasaría si Colombia invirtiera al menos el 1 por ciento de su PIB en ciencia, tecnología e innovación? Seguramente el avance no sea enorme, pero sería progresivo. Lo cierto es que el país tiene el gran desafío de redefinir nuevos sectores económicos, una economía viva y sostenible a partir de la cual se genere investigación aplicada; que aproveche lo que nos hace únicos ante el mundo: la biodiversidad, la ancestralidad y su cultura viva.
Si algo nos ha dejado la pandemia que vivimos es la incorporación de la palabra ciencia en la cotidianidad, un concepto que apenas emerge en muchos de los escenarios donde ni siquiera sonaba, y si llegaba, era algo considerado lejano. Vivimos días insospechados, convulsionados e inciertos, quizás tan complejos como pocos momentos en la historia de Colombia, días que exigen toda la capacidad creativa de la sociedad, la academia, el gobierno, y los empresarios que están dispuestos a plantear soluciones. Ojalá todos estemos de acuerdo en que la ciencia es un camino seguro para Colombia y su nuevo relato de Nación.