La pandemia del Covid-19 nos tomó por sorpresa a casi todos los sectores de la vida social, la economía, la educación, la salud, el arte, el deporte, la política y otro largo etcétera, lo cual era explicable, porque poco –por no decir nada- estamos preparados para responder a emergencias de casi ningún tipo. Es una característica de nuestras sociedades.
Pero quisiera reflexionar sobre la política y en particular los partidos y movimientos políticos. En los últimos tiempos es evidente una agudización de la incredibilidad y la crisis de confianza en los partidos y organizaciones políticas. Son pocas las sociedades donde estas instituciones políticas gozan de alguna credibilidad, y por el contrario lo que tenemos es una acentuación de la personalización de la política. Están lejanos los tiempos en que los ciudadanos creían y confiaban en los partidos políticos –en la región se mantiene algo de esa confianza en Uruguay, Chile y Argentina y pare de contar- y en nuestro país las cosas son similares. ¿Alguien habla de los Partidos Liberal o Conservador o de los partidos de izquierda? Ni siquiera del Partido Centro Democrático, porque allí lo que está detrás es la figura, sin duda carismática, del expresidente Álvaro Uribe.
Pero hay dos sucesos que evidencian la inutilidad que parecen tener los partidos y movimientos políticos contemporáneos: la propia crisis del Covid-19 y el escándalo de la inteligencia y contrainteligencia en el Ejército. Sobre los dos temas, que se sepa, ningún partido o movimiento político ha producido ningún análisis ni pronunciamiento. Sí lo han hecho congresistas de distintas bancadas, dentro de la modalidad de personalización de la política. Pero se supone que los partidos políticos –tanto los que son gobierno, como los que son oposición y aspirarían a ser gobierno en el próximo debate electoral- deberían ser organizaciones que tienen como referente de su actuar los distintos temas y problemas de la sociedad y tendrían que contar con equipos de militantes que reflexionan y producen documentos y posiciones sobre esos distintos temas, pero eso es cosa del pasado- Hoy día, supongo, los partidos políticos sólo se ocupan de ver y ‘negociar’ sus participaciones en mesas directivas de las corporaciones públicas, o si van a lograr negociar con el gobierno nacional o los gobiernos territoriales su participación y qué cuota les va a tocar; quizá cómo van a votar algunas iniciativas en corporaciones públicas y porqué y a cambio de qué. Es decir, lo que coloquialmente se denomina la politiquería menuda. Otra cosa es en las corporaciones públicas, donde esa política cada vez más personalizada, se expresa en líderes políticos haciendo protagonismo, probablemente los que tienen aspiraciones de ser pre-candidatos o candidatos en el próximo debate electoral –para la Presidencia en el caso de los congresistas y para aspirar a otra corporación en los espacios territoriales-.
No hay duda que durante esta pandemia, se hizo más evidente la inutilidad de los partidos y movimientos políticos, que para algunos serán en el mejor de los casos útiles para conformar coaliciones electorales, más o menos ‘pegadas’ a la fuerza, pero sin ninguna identidad política o programática. Claro, el próximo año, una vez se acerquen las elecciones del primer semestre del 2022, veremos de nuevo el desfile de siglas de los partidos y movimientos políticos tratando de captar el voto de los electores incautos o que requieren algún favor en especial y trataran de negociarlo lo mejor posible –esa es la base del clientelismo-, pero la realidad es que los partidos políticos como formas definidas y estables de representación política de sectores sociales, ya son cosa del pasado.