El fallo de la Corte de la Haya en contra de Colombia en el marco de la disputa territorial marítima con Nicaragua muestra, por enésima vez y de manera muy cruda, la enorme debilidad que tiene la diplomacia colombiana y la pésima dirección de la que han adolecido nuestras relaciones exteriores. El desconocimiento del derecho internacional, la improvisación y la casi nula capacidad de negociación diplomática es una constante y una tragedia que le cuesta inmensas cantidades de recursos naturales y billones de dólares al pueblo colombiano. Es como si al gobierno no le importara la soberanía territorial y el profundo daño moral que le hace a todos los colombianos ver cómo quiénes debían garantizar la integridad del territorio colombiano, son incapaces de hacerlo.
La incompetencia de los gobiernos colombianos en cuanto al litigio con Nicaragua, además de seguir recortando el territorio nacional, afecta directamente las posibilidades de subsistencia de miles de pescadores artesanales. Pero esto es algo que no pareciera importarle a nuestros gobernantes. La improvisación en la política exterior colombiana desencadenó en que no se pudieran proteger los derechos de pesca artesanal de los raizales y en el “no reconocimiento” de sus derechos ancestrales.
La incompetencia de décadas que han demostrado la mayoría de quienes dirigen la política exterior ha hecho que la CIJ le esté pasando cuenta de cobro a la diplomacia colombiana por el escándalo de 2012. En ese año, Miguel Ceballos y Nohemí Sanín salieron, sin ninguna prueba, a decir que el fallo había sido comprado y que había una jueza china que quería que los chinos construyeran un canal en Nicaragua. Todo un espectáculo decadente.
Hoy la CIJ insta a que Colombia y Nicaragua busquen convenios para solucionar la controversia. Debe construirse una estrategia diplomática, jurídica e institucional seria de la mano con la movilización de todos los espacios diplomáticos regionales para garantizar transparencia y el acompañamiento internacional. Hay que tener claro que Nicaragua demanda un reconocimiento ampliado de la plataforma continental con lo que amenaza el territorio colombiano. Salir a negar posibles diálogos, como ha anunciado el presidente Duque es el peor error de todos. Son tiempos de cautela y prudencia. No son momentos de soberbias ni estridencias. Aunque es desmoralizante que el déspota Ortega quede ahora como “la víctima”, no podemos seguir poniendo en juego la integridad del territorio nacional con actitudes irracionales y evadiendo el problema.