Aunque mis columnas normalmente suelen ser de economía, y esta semana no era la excepción, pues tenía escrita una columna sobre la dinámica del dólar y la volatilidad de la tasa de cambio, decidí posponer la misma después de leer la columna de la periodista Claudia Palacios en El Tiempo, titulada “Paren de parir”, no solo por la sorpresa de la opinión de la periodista, sino por el hilo argumentativo que desarrolló, y la gran amenaza que implica esas ideas para una democracia liberal como la colombiana.
Antes de empezar quiero hacer la aclaración de que mi crítica es a la columna y a las ideas en ella consignadas, nunca a la persona, y aunque en Colombia se suele olvidar la diferencia, es importante mantener la discusión en el plano de las ideas, invitación que se extiende a los lectores y la sociedad colombiana en general, porque si queremos crecer como sociedad demócrata siempre debemos tener la célebre frase de Evelyn Beatrice Hall: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
La columna “Paren de parir” generó un gran revuelo, en general porque un grupo de los lectores la percibieron como xenofóbica, y me incluyo en ellos, personalmente las ideas más graves que expresa la columna están enfocadas en “el control de natalidad”, y la aporofobia oculta tras bambalinas.
Como no pensar en tales ideas con una expresión como: “El Gobierno debe hacer del control de la natalidad en venezolanos una prioridad de su estrategia migratoria, aunque los recursos sean escasos.” Un control de natalidad a un grupo de seres humanos, algo que es una clara tortura y violación a los derechos más fundamentales que cualquier ser humano puede tener, el derecho a decidir sobre su cuerpo, sobre su vida y su reproducción.
El control de natalidad es todo mecanismo por medio del cual se evita la concepción, como la vasectomía, el ligamiento de trompas, el suministro de medicamentos anticonceptivos sean orales, inyecciones o quirúrgicos, entre otras formas; algo que si la persona decide de forma libre y voluntaria entra dentro de su proyecto de vida y su derecho a la planificación sexual o familiar. Caso distinto, si un gobierno le impone estas medidas, es una clara tortura y violación a sus derechos humanos y es como si le mutilaran un brazo o amputaran una pierna, solo porque el gobierno cree que es mejor así, pero la expresión se agrava cuando se restringe a un grupo poblacional específico, algo que solo han hecho los regímenes más tiránicos e infames que la humanidad ha conocido.
No es lo mismo una política de planificación familiar, algo que en general Colombia necesita, y no solo los migrantes venezolanos, se trata de dar a conocer los medios y procedimientos por medio de los cuales se pueden evitar embarazos no deseados, diferente a una política de control de natalidad, que es impositiva sobre la vida sexual de las personas.
Si el argumento anterior no escandaliza, si debe escandalizar que la razón bajo la cual se sustenta lo idóneo de la política de control de natalidad es que: “Cada vez que veo un venezolano en las calles pidiendo dinero con un bebé en sus brazos, me pregunto por qué las personas con el futuro absolutamente incierto, con un presente de mera supervivencia, traen hijos al mundo a padecer peor que sus padres, pues los niños quedan más expuestos a sufrir secuelas para siempre si aguantan hambre, frío, calor, discriminación, etc.”.
En otras palabras, ustedes que son pobres y miserables como pueden tener hijos y traerlos al mundo a vivir como pobres y miserables, incluso perfectamente podemos cambiar la palabra venezolano por persona y leeremos “cada vez que veo una persona en la calle pidiendo dinero con un bebé en brazos……..” y entonces es claro que el problema no es solo que son venezolanos, sino que son pobres.
Y los pobres no solo son migrantes, pues en Colombia lo que abundan son pobres, solo falta echar un pequeño vistazo a los barrios o comunas deprimidas de las ciudades colombianas generalmente en faldas de montañas, y sino están convencidos, los invito a dar un paseo por el Chocó, La Guajira, o los departamentos de los llanos orientales sobre la frontera con Venezuela y Brasil donde nuestros compatriotas se mueren de física hambre y sed, y les puedo asegurar que la inanición que padecen no es por una dieta para parecer flacos y esbeltos.
Cómo se les ocurre traer un hijo al mundo sino pueden sostenerse ni ellos mismos, si van a tener que padecer el calor, el frío, el hambre, y si la suerte les sonríe y sobreviven tendrán que conocer la discriminación, y la frustración de tener la certeza de no poder tener otro futuro que vivir en la miseria que conocen desde la cuna hasta la tumba; no es gratuito que seamos una de las naciones más desiguales del mundo.
Y por esto le hago esta pregunta a todos los lectores ¿En qué tipo de sociedad quieren vivir y le van a dejar a sus hijos?, una sociedad de corazón frío que desprecia al diferente y donde las libertades o derechos humanos solo están en los anaqueles de la historia, o una sociedad humana, incluyente, de oportunidades, donde las libertades y derechos que hemos consignado en nuestra constitución sean nuestra guía moral.
Para acabar con la pobreza se requiere una política inclusiva, respetuosa de las libertades individuales, una política encaminada a la educación y en ofrecer oportunidades para todos, y de igual forma para todos.