En el Museo del Louvre, atestado de sus seguidores y a los acordes de la Oda a la Alegría, consagrada como el himno de Europa, Emmanuel Macron celebró su triunfo. Francia y Europa entera respiraron aliviadas. El candidato centrista se impuso ampliamente en las elecciones, pero sus verdaderas batallas apenas comienzan.
Rompiendo la dicotomía entre izquierda y derecha y entre lo público y lo privado, encarna la esperanza de millones de ciudadanos galos que repudiaron en esta oportunidad el nacionalismo cerrado y xenófobo de Marine Le Pen. Para estabilizar a Francia y contribuir a salvar a la Comunidad Europea de una posible disolución Macron enfrenta desafíos titánicos.
Tendrá que ganar las elecciones legislativas de mediados de junio, aunque no cuente con una estructura de partido propia y, simultáneamente, asegurar un margen de maniobra y confianza ciudadana suficientes para sanar a Francia e impulsar su economía ralentizada por años de estancamiento y desindustriaización..
El garboso presidente quiere desatar una revolución pacífica no solo en el interior de su propio país sino en la estructura misma de la Unión Europea, sometida a riesgo de implosión por el populismo rampante encarnado en el Brexit y los avances de la derecha nacionalista en Hungría, Polonia, Holanda e Italia y, en la propia Francia donde Le Pen, no obstante su derrota en las urnas, obtuvo 11 millones de votos y sigue acumulando fuerzas.
Marine habla simultáneamente con dos voces. Convoca efectivamente a la derecha con su poderosa exhortación al endurecimiento de las medidas para garantizar la seguridad y el freno a la inmigración, mientras atrae al polo opuesto con promesas y posturas muy similares en el campo de lo social a las del líder de extrema izquierda Jean Luc Mélanchon.
Desde afuera Europa sufre la presión de las oleadas migratorias, el acecho del terrorismo y la incertidumbre de la relación trasatlántica socavada por Donald Trump. No será fácil tampoco limitar los perjuicios del Brexit que resultará costoso para el Reino Unido, pero también para la Comunidad Europea, ni defender el Acuerdo de Paris sobre cambio climático.
Nunca a lo largo de sus seis décadas de existencia la Comunidad había encarado tan grandes dificultades. Pero nadie puede discutir los logros de la integración europea -el más importante experimento político de la historia- en materia de civilidad, afianzamiento de la paz, estabilidad en las relaciones internacionales y afianzamiento de los derechos en el estado de derecho. Ni la implantación de su modelo del estado social, cuyos estándares de bienestar para las personas no han sido todavía igualados.
Sin duda, Europa, si no quiere ser condenada a la irrelevancia, necesita robustecer su integración y tomar un nuevo impulso fundado sobre la cooperación reforzada entre sus miembros en materias económicas y políticas unitarias, para sustentar su propio crecimiento y seguir contribuyendo a mantener los equilibrios geopolíticos globales basados fundamentalmente en el multilateralismo, la diplomacia y el diálogo civilizado entre pueblos y naciones. Sobre todo en esta coyuntura adversa que trae consigo la peligrosa irrupción de Trump, una amenaza itinerante en trance de proceder a resolver cualquier tipo de controversia a punta de mega bombazos.
Macron tiene que convencer a sus socios de que Europa no puede seguir apegada a la austeridad, como respuesta a una crisis prolongada que ha generado costos sociales gigantescos hasta el punto de poner en riesgo la existencia de la Eurozona. Y la Comunidad, para sobrevivir, tiene que lograr éxitos tangibles en un imperativo que durante 60 años no ha conseguido concretar y que consiste en alinear la integración política con la integración económica del Continente.
En un clima de malestar y descontento social generalizado Macron tendrá que demostrar en tiempo demasiado breve que en esta era de la globalización en la cual los perdedores son la gran mayoría y los ganadores apenas el 1%, el Estado puede responder a las necesidades de la población y conjurar la debilidad del crecimiento económico, la desocupación creciente, la profundización de las desigualdades y el aumento de la pobreza, que han puesto a trastabillar el esquema integracionista.
Francia tendrá que aceptar más disciplina y Alemania mayor solidaridad. Europa tendrá que volver a ser un gran proyecto político sustentado en el eje franco-alemán.
Macron era un desconocido. Hace menos de un año no tenía ni el 10% de posibilidades de ser elegido. Carece de partido y nunca antes de ahora se había sometido a una prueba electoral.
En el frente interno su programa de reformas es ambicioso. Se propone cambiar el sistema político al que ya su ascensión al poder propinó un golpe letal. Socialistas y gaullistas que se habían repartido el escenario desde el inicio de la Quinta República quedaron tendidos por los suelos.
Tendrá que promover entre muchos otros cambios estructurales la reforma progresiva del régimen laboral en un país en el cual la fuerza de los sindicatos que hacen valer sus demandas desde la calle es enorme y, además, liderar cambios dolorosos en el sistema de pensiones y en el seguro de desempleo, la formación profesional y el sistema educativo en su conjunto.
¿Lo logrará?