Marchas: ya no podemos mirar a otro lado

Opinión Por

Cada vez que un grupo de ciudadanos marcha, intenta presionar una toma de decisiones cuando se han agotado todas las vías formales para la lograrlas, ante lo que consideran una evidente amenaza, bien sea a sus derechos o a los de un grupo de su núcleo cercano.

Entonces ¿Qué lectura hacemos de lo ocurrido esta semana en el país?, y ¿Cómo entendemos los confusos y violentos hechos que hicieron colapsar el transporte en Bogotá el pasado jueves?

Los estudiantes, tienen razón al afirmar que aún faltan recursos para la educación, el aumento acordado para gastos de funcionamiento con los rectores es claramente insuficiente para el acumulado déficit, pero también es cierto, que Colombia no vive una bonanza de recursos, como tampoco tiene un presupuesto flexible para 2019. Con esto no intento dar razón a uno u otro lado, pero si expresar una verdad: existen dos posiciones contrapuestas que no han logrado formalmente llegar a un acuerdo.

Es ahí cuando nace la protesta, pero de igual forma nacen las estrategias para acallar, debilitar y controlar los motivos de esa protesta. Agotar a los líderes de una protesta social, llamar la atención por su posición política o simplemente ideológica, son métodos para aplacar la protesta y sus intenciones, todo gobierno sabe que, no solo resolviendo un pliego de peticiones, puede ganar terreno en la mesa.

Pero a este complicado panorama, es necesario sumar a los extremos, por un lado, grupos que consideran el uso excesivo de los grafitis, la destrucción o ataque de ciertos bancos, empresas o medios de comunicación, un acto simbólico que expresa su visión ideológica, pero que en resumidas cuentas dentro de los mínimos de la convivencia y la ley, es pura y llana delincuencia, pero por el otro lado, tenemos al ESMAD, conocido por su excesivo uso de la fuerza, repliega las marchas y algunas veces como se evidencia en múltiples videos ha iniciado la violencia.

Es así como la protesta social es compleja, no es solo de unos “muchachos desadaptados o vagos”, ni tampoco solo de “una represión continuada del Estado”. Es en la práctica el choque de intereses que no logra solución en una mesa de diálogo, que por obvios motivos afecta el transcurso tranquilo de la vida de una ciudad, pues aquellos que no son ni los protestantes, ni el gobierno, no pueden simplemente esperar a mirar a otro lado mientras se soluciona un conflicto social de ese tamaño, como si se tratara de un problema que la “naturaleza” va a solucionar si solo voy a mi trabajo, regreso y doy unos cuantos “likes” al bando que más me guste en redes sociales.

La violencia como forma de pedido social, o como forma represión social, no es justificable, no se puede justificar que una mujer por “miedo” atropelle a estudiantes como si se tratara de un videojuego, como tampoco que unos marchantes rompan los vidrios de un vehículo para “expresar” su posición.

Se volvió más fácil estigmatizar a un grupo de estudiantes, en el país del excesivo conformismo. No nos gustan las decisiones gubernamentales, sean locales o nacionales, pero nos resulta más fácil compartir un meme al respecto, que escribir un derecho de petición exigiendo explicaciones a nuestros representantes.

No nos cansamos de pedir equidad, pero nos da miedo ver a unos marchantes solicitando un poco de esa porción para ellos. No podemos tolerar que unos cuantos se aprovechen de las marchas para destruir y hacer vandalismo, pero tampoco podemos esperar que al igual que un electrodoméstico al que toca darle un par de golpecitos a los lados para que funcione, el problema se solucione solo.

 

Politólogo, con énfasis en comunicación política. Dirigió el programa Politizate, de Poliradio. Trabajador incansable por la participación ciudadana y el control social.