Para nadie es un secreto que los colombianos están hastiados de los políticos, de las instituciones, de este gobierno fallido de Iván Duque. Las encuestas son contundentes en describir la profundidad de la decepción de los ciudadanos con el régimen político. Hay muchas causas de esa situación. Sin duda la corrupción, las malas políticas, la incapacidad, la mediocridad y la indolencia ante el dolor y el sufrimiento de nuestros compatriotas, inspira mucho de esa rabia, de ese desprecio generalizado hacia lo público.
Hay otro aspecto que está en la raíz de la desesperanza que vive el país. Hay otra causa fundamental que es ante todo ética y moral, que es la semilla de esta absoluta desconfianza que tienen los colombianos hacia todo lo que huela a sector público, política, instituciones, leyes, fuerza pública…. Me refiero a que los politiqueros, los funcionarios, los ministros y hasta el propio presidente Iván Duque nos creen bobos a los colombianos. Creen que, a punta de cuentos, ficción, engaños, disfraces, nos van a convencer que todo es maravilloso y que las cosas andan por el buen camino. Es la mentira oficial, pura y simple, dicha sin rubor y repetida desvergonzadamente.
Solo basta ver a un presidente que anuncia con arrogancia que en noventa días reconstruirá Providencia, y un año después de la tragedia la gente sigue esperando. A un ministro de defensa que se inventa un ciberataque para tratar de disuadir la atención sobre la protesta social. Una fuerza pública que si no fuera por los videos ciudadanos se mantendría diciendo que no hubo muertos o violaciones de derechos humanos en las marchas…
La política también ha dejado de ser una profesión noble porque los funcionarios venales, los politiqueros, los clientelistas, los clanes familiares de la corrupción y de la compra de votos, llevan décadas prometiendo sin cumplir, anunciando sin hacer, robando sin conciencia, empalagados con la falsedad y la mentira. A los ciudadanos todo eso les produce repugnancia, alienación, ira, y desafecto por la democracia.
La propuesta más revolucionaria hoy en la política, increíblemente, a la que nos hemos comprometido es decir la verdad, reconocer los errores, nunca mentir, jamás decorar los hechos. Volver a la verdad como principio de la política es la forma de recuperar la esperanza. Todo lo demás tendrá que venir después. La verdad es la piedra sobre la que hay que reconstruir la hoy demolida confianza en la democracia.