Como en tiempos de la Colonia donde el poder político representado por los emisarios de la corona española, somete a los indígenas para que les entregaran sus territorios y bienes, abusando de su posición dominante, hoy la historia se repite tal cual con las nuevas circunstancias por las que atravesamos los colombianos, pero sobre todo la clase trabajadora.
En Colombia tenemos una serie de reyezuelos representados en los bancos, en todo el sector financiero, en las empresas de servicios públicos y de telecomunicaciones que se aprovechan de su poderío y riqueza para ejercer una posición dominante y malévola con los usuarios, incluso con actitudes inhumanas como las sucedidas recientemente en Santa Marta, con la empresa Electricaribe que, le cortó el servicio de energía a un ciudadano que necesitaba con urgencia estar conectado a un respirador, acto que conllevó a la muerte de un reconocido médico de esa ciudad.
De La Colonia hacia acá nada ha cambiado, son situaciones idénticas, pero con otros actores que heredaron esas tradiciones de dominio y persecución contra los más débiles. Hoy los colombianos trabajamos para los bancos, para pagar impuestos, en algunos casos onerosos recibos de servicios públicos y miles y miles de compatriotas vinculados mediante la modalidad de tercerización laboral, hacen que sean precarizados, de la misma forma la pérdida de poder adquisitivo de las familias y la poca capacidad de ahorro de los colombianos hacen que el país este yendo en caída libre.
En el caso por ejemplo de los taxistas y del gremio transportador, solo trabajan para pagar las obligaciones con las aseguradoras o con las empresas de tránsito, o para el pago de las grúas cuando le inmovilizan sus vehículos, todo eso se ha convertido en un negocio millonario que lucra a un puñado de empresas que siguen reinando a costillas del pueblo trabajador. Destronar esa serie de situaciones ha sido bastante complicado, pues hacen parte y conviven del poder político, que las protege y les da gabelas para seguir en el trono.
En conclusión, estamos trabajando para los ricos de este país, son ellos, quienes nos tienen clavados por un lado y por el otro, el gobierno que con esa cascada de impuestos tiene ahogados a los colombianos.
Toda esa serie de situaciones ha generado un inconformismo generalizado que se ha convertido en una verdadera bomba social que pronto va a estallar y que ya se ha evidenciado en diferentes momentos en los últimos meses y días sobre todo en las principales ciudades del país.
No es un secreto que la clase trabajadora está inconforme, pero también los sectores productivos, el campesinado, los pueblos indígenas y afros, los jóvenes, en fin, la Colombia profunda marginada y excluida, todos piden a gritos un cambio y una transformación social.
Lo sucedido recientemente en Popayán, donde la imagen de su fundador Sebastián de Belalcázar cae a manos de un grupo de indígenas pertenecientes al pueblo Misak y Nasa es apenas un detonante de todo el inconformismo social que vive el país desde diversos sectores, desde diversos frentes.
Ese hecho, calificado como un acto de dignidad de los pueblos indígenas en mención, también fue catalogado por algunos sectores como vandalismo y hasta el propio alcalde de la ciudad anunció demandas por considerar daño al patrimonio histórico. Lo cierto, es que para quienes apoyamos la causa de los pueblos indígenas, este acto simbólico; pero valeroso de los nativos saco a flote el sentimiento más profundo de rechazo, indignación y al tiempo el de resarcir la memoria de los pueblos indígenas que fueron y siguen siendo oprimidos por los grandes terratenientes y por un Estado indolente que poco o nada le interesa lo que ocurra en los territorios ancestrales.
Los Misak afirman que Belalcázar, quien también fundó a Cali, era un genocida que durante La Conquista fue responsable de desapariciones forzadas, despojo y acaparamiento de grandes extensiones de tierras que ya eran parte de la Confederación Pubenence, actual suelo de la ciudad de Popayán. Hoy el pueblo Pubense aún sobrevive con poco más de dos mil integrantes, en el resguardo del Alto del Rey en El Tambo, Cauca.
Pero lo que denuncian los indígenas durante La Conquista con Belalcázar, es una radiografía idéntica a lo que hoy tenemos. En Colombia, esa historia parece repetirse a lo largo de los siglos, unos terratenientes que quieren arrinconar al débil, despojar sus tierras, acabar con sus cultivos para instalar la gran industria en los territorios y desplazar a las comunidades indígenas que luchan por hacerle frente a las pretensiones de los grandes, pero que por el otro lado también resisten al exterminio y al genocidio del cual son víctimas. Es decir, la violencia de La Conquista sigue más vigente que nunca.
Hoy los pueblos indígenas reclaman garantías de vida, a sus derechos humanos, claman para que sus líderes no sigan siendo asesinados, pero también su lucha es por el territorio, la justicia y su autonomía; reclamaciones que han venido haciendo durante décadas.
Ya cayó Belalcázar, entonces, ¿seremos capaces como sociedad de destronar a los poderosos de este país y que sea el pueblo legítimo quien llegue a reinar? Amanecerá y veremos y ese amanecer está cerca.