Respuesta al coronavirus: solidaridad, disciplina, aprendizaje

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El mundo se está enfrentando a una situación inédita, un virus desconocido y sobre el cual por supuesto, no hay formas conocidas para saber cómo neutralizarlo. Por supuesto, de allí se deriva un elemento de incertidumbre que está en la base de un factor adicional, el miedo, que se puede transformar en temor o pánico, u otro tipo de conductas colectivas o individuales. Dicho de otra manera, debemos afrontar una amenaza –en principio sobre los seres humanos- que no conocemos y que por consiguiente no sabemos ni sus consecuencias, ni sus causas, ni sus eventuales efectos a corto y mediano plazo.

Claro, la humanidad tiene experiencias acumuladas acerca de cómo enfrentar otro tipo de virus de lo cual se pueden derivar algunos elementos –por ejemplo, se sabe que hay algunos medicamentos que ayudan a reforzar las defensas del organismo y se han venido utilizando, eso no se debe confundir ni con un remedio contra el virus, ni menos con una vacuna para el mismo que no existe todavía-, pero es un ejercicio de tanteo, porque no hay certezas. Pareciera, con base en la reciente experiencia de los países inicialmente afectados, especialmente China, Singapur y Corea del Sur, que el aislamiento social es una medida que contribuye a cortar la cadena de expansión del virus y comienza a utilizarse por los demás países; pero es una especie de ensayo y error.

A veces los ciudadanos, presas de miedo, temor o pánico, terminan exigiéndole a sus gobernantes medidas, que son fáciles tampoco de que se definan –no estoy defendiendo a ningún gobernante de ningún país-; en muchas ocasiones, sectores de la sociedad no se pueden desprender de sus querencias o sus rechazos políticos y terminen leyendo las decisiones con esos lentes de amores y odios políticos, con lo cual poco ayudan a tomar las buenas decisiones. Es altamente probable que se equivoquen los gobernantes en algunas o muchas decisiones, sí es una posibilidad alta. Pero hay algunos criterios y valores que pueden ayudar a esa toma e implementación de decisiones.

Primero, debe estar la prioridad de salvar las vidas humanas –claro que también es importante garantizar la economía y otras actividades, pero hay prioridades-. Por lo tanto, la solidaridad –especialmente con los más necesitados- se convierte en un valor fundamental para enfrentar esa amenaza, casi desconocida; el virus no diferencia ni por condiciones sociales, ni géneros, ni colores, ni preferencias políticas, por lo tanto debemos enfrentarlo todos de manera unificada.

Pero, lo segundo, eso nos exige disciplina social, que seguramente es una característica de las culturas china y coreanas que se nos ‘olvida’ destacar; si no nos comportamos disciplinadamente, como miembros de un colectivo social, en cumplir las cuarentenas o normas para combatir el virus, vamos a tener poco éxito, que se traducirá en más infectados y seguramente más muertes. No podemos comportarnos egoístamente creyendo que nos podemos ‘salvar’ solos o con nuestra familia, acá o salimos adelante todos o todos vamos a fracasar en el intento. Acatar a nuestros gobernantes debe ser una consigna fundamental –claro ellos deben dar ejemplo, siendo capaces de coordinarse entre ellos y no caer en pequeñas rivalidades sin sentido-.

Debemos ir aprendiendo en el día a día sobre el virus y las respuestas al mismo –exitosas parcialmente o fracasadas-, por ello los científicos deben cumplir un rol fundamental para ir haciendo ese seguimiento, investigando y aprendiendo de lo que pasa en nuestro medio y en los otros países. Por ello es indispensable que las Universidades, en coordinación con el Estado, creen a la brevedad, una seria comisión de científicos que hagan esta indispensable tarea.

Doctor en Ciencias Políticas, de la Universite Catholique De Louvain, y Magister en Política Social de la Universidad Externado de Colombia. Es autor de múltiples investigaciones y actualmente Profesor asociado de la Universidad Nacional.