Es la pregunta que flota en el ambiente después de 4 días intensos en que millones de personas se movilizaron para acercarse a este papa carismático y sencillo, y oír sus llamados al perdón y a la reconciliación, a mantener la alegría y la esperanza, a huir de la venganza para lograr la paz, a escuchar a los pobres y luchar contra la injusticia.
¿Servirá su visita? Los escépticos dirán que no. A los papas todo el mundo quiere verlos y oírlos, pero pocos hacen caso a sus prédicas. Por eso las dos visitas anteriores de pontífices dejaron mensajes que cayeron en tierra estéril y no cambiaron el país.
Pablo VI en 1968, trajo un mensaje incomodo para una jerarquía eclesiástica que se aferraba a sus privilegios y había cerrado la puerta al camino reformista de un Camilo Torres que quería una iglesia comprometida con los pobres y el cambio social, y lo había empujado a la insensatez de la lucha guerrillera.
“El desarrollo es el nuevo nombre de la Paz” era su mensaje, pero poco caso le hizo esΩe país que se dice católico pero que permitió que la derecha reaccionaria se robara las siguientes elecciones, frenara los tímidos intentos de reforma agraria de Lleras Restrepo y cambiara el desarrollo por la idea conservadora del desarrollismo de crecer la torta primero para repartirla después, con lo cual aumentó la desigualdad.
En 1986, cuando los sinceros esfuerzos de Paz de Belisario ya habían quedado enterrados entre los escombros del Palacio de Justicia y los enemigos ocultos de la Paz habían triunfado en su propósito, Juan Pablo II vino con un mensaje de reconciliación y perdón para alcanzar la paz, de condena al terrorismo y exhortación a la guerrilla para abandonar las armas. Poco sirvió; por el contrario el conflicto se agudizó y narcos, paramilitares guerrilleros y hasta las fuerzas del Estado llegaron a extremos de sevicia y crueldad insospechados.
A pesar de todo, esta vez soy optimista pues ya se ven síntomas de cambios producidos por la visita. Una primera consecuencia ha sido el cese de hostilidades que aceptó la siempre intransigente guerrilla del ELN; no hay duda de que, por los orígenes religiosos de ese grupo, la presencia del papa los debió motivar a dar ese paso que facilita las complejas negociaciones que se adelantan en Quito. La carta del líder de la Farc pidiendo perdón por las lagrimas y el dolor que ocasionaron, es otra muestra del cambio de actitudes que ha suscitado el mensaje del papa.
No todos modificarán su posición, pero si creo que muchos colombianos de buena voluntad que votaron por el No en el referendo engañados por la bien orquestada campaña de mentiras que confesó el propio gerente de la misma, si atenderán el llamado de Francisco de no dejarse engañar, de no perder la Paz por la cizaña sembrada contra ella.
Otros reaccionarán ante el testimonio conmovedor de las víctimas que, superando el inmenso dolor que han padecido, decidieron perdonar, y aceptarán que la venganza solo sirve para alimentar esa espiral infernal de la violencia, y que la reparación a las víctimas es más fructífera que la cárcel.
Si las palabras y el testimonio de Francisco sirven para que disminuyan un poco los odios, para que avance la reconciliación y cese la polarización, para consolidar el proceso de Paz y el final de esta guerra de medio siglo que ha dejado tantas víctimas y tanto dolor, habrá servido mucho su visita.