La democracia implica necesariamente la existencia de conflictos entre los actores que participan de la arena política, en este sentido, el conflicto es inherente a la política porque esta supone una lucha entre perspectivas, valores e intereses, en muchas ocasiones, antagónicos. Como por ejemplo los sindicatos de trabajadores y los gremios empresariales; las iglesias y las organizaciones que promueven los derechos de la población LGBTI; los campesinos y los terratenientes; los ambientalistas y las petroleras; liberales y conservadores, entre otros.
Estos antagonismos generan tensiones, que en el marco de la pluralidad democrática deben ser resueltos por los cauces institucionales, como las elecciones y la deliberación pública en instituciones como el Congreso. Respecto a lo anterior, la politóloga belga Chantal Mouffe plantea que “el conflicto es una variable propia del pluralismo de valores de una sociedad que es diversa, que tiene actores con intereses antagónicos. Los antagonismos propios de la vida en democracia se resuelven por la política, es decir, por el conjunto de prácticas, discursos e instituciones que tratan de establecer un cierto orden y organizar la coexistencia humana, de esta manera se atenúa el conflicto”.
La polarización se ha convertido en el instrumento preferido por muchos políticos para aglutinar a sus seguidores a través de la exacerbación del odio y el miedo frente a opciones políticas contrarias, de modo que se garantice su vigencia política o una mejor perspectiva de desempeño electoral. Al respecto, en Colombia hemos venido presenciando una escalada de la polarización cuyo vértice han sido las condiciones sobre las que el gobierno pactó el acuerdo de paz con las Farc, un ejemplo de ello fue el resultado electoral en el plebiscito, el pasado 2 de octubre, donde la opción del Si (apoyo al acuerdo de paz) obtuvo el 49,78% de los votos y la opción del No sacó el 50,21%.
El problema de este fenómeno es que ha desembocado en un clima político tóxico, donde el debate se ha deteriorado a tal nivel, que el contrario político deja de ser un adversario al que se respeta, y se convierte en un enemigo. Frente a esto Chantal Mouffe señala que «el objetivo de la política democrática es construir un sujeto opuesto que no sea percibido como enemigo (al que se debe destruir) sino como un adversario, es decir con alguien cuyas ideas combatimos, pero cuyo derecho a defender dichas ideas no ponemos en duda (…) de esta manera se humaniza la política, reconociendo que es inherente a ella el conflicto social permanente, pero que debe ser resuelto dentro de los mismos espacios democráticos, es decir la democracia contiene al conflicto para evitar que se vuelva violento”.
A continuación presento algunos lamentables comentarios de los que abundan en las redes, siendo evidente la degradación del debate político, pues se ataca a la persona y no se contradice civilizadamente sus ideas. Destaco los siguientes:
“Podemos poner en crisis a este gobierno actual y por qué no poner unos cinco francotiradores en las principales ciudades de Colombia y empezar una temporada de caza, ya sabemos a todos los políticos que nos han vendido, ya sabemos cómo viven, cómo son sus itinerarios, los tenemos marcados, a todos y a cada uno de ellos” (Fragmento de un video tomado de YouTube)
“El momento más desastroso que puede tener un izquierdista es cuando tocan a su puerta y lo llaman por su nombre. Si estas personas le han ocasionado tanto daño a Colombia, si el mismo presidente de Colombia Juan Manuel Santos se ha encargado de entregarnos. Y si los EEUU, superpotencia, le dieron muerte a John F. Kennedy, porque Colombia no puede igualar las cargas históricas” (Fragmento de un video tomado de YouTube)
“Buenos días muchachas y muchachos, otro lindo día como para que Álvaro Uribe sufra un accidente mortal” (mensaje tomado de Twitter)
“Ok google now: descuartiza y desaparece a Álvaro Uribe” (mensaje tomado de Twitter)
¿Cómo hemos podido llegar hasta este punto en el que la vida del otro se desprecia? Aquí prima el insulto como argumento. Está bien que cada quien defienda con ahínco sus ideas, pero siempre este ejercicio debe hacerse en el marco del respeto y consideración frente al otro, que con igual convicción defiende las suyas. Creo que avanzaríamos mucho si llegamos a reconocer que el antagonismo es un patrimonio de nuestro sistema democrático, por tal razón debe ser defendido, pues donde no hay disenso no hay reconocimiento de la pluralidad, y en estas condiciones tanto el ejercicio de la libertad como de la convivencia, desde el respeto a la diferencia, son imposibles.