Siempre se ha dicho que las grandes potencias no tienen amigos sino que tienen intereses y esta es una máxima importante para entender los comportamientos en la política internacional.
Esta semana se alborotó nuevamente el escenario de las tensiones entre Estados Unidos y Venezuela. De una parte, la decisión de un fiscal norteamericano de abrir un proceso judicial contra miembros del gobierno de Venezuela y la oferta por parte Estados Unidos de 15 millones de dólares de recompensa por el mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro, y 10 millones por otros altos dirigentes de ese gobierno –al estilo del viejo oeste norteamericano-, muestra del agravamiento de la tensión y que algunos lo ven como la antesala de la intervención militar –a lo que se suma la movilización de fuerzas navales y aéreas del Comando Sur hacia el Caribe, luego se incluyó también el Pacífico, supuestamente para luchar contra el narcotráfico-, pero otros, en Estados Unidos lo ven como una jugada geopolítica, dentro de las tensiones de USA con Rusia en el manejo del mercado petrolero.
De otra parte, las declaraciones del Secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, quien propone una ‘salida política’ para Venezuela que implicaría un gobierno de transición y elecciones con participación de todos los actores políticos, incluido el chavismo, claro sin Maduro –iniciativa que posteriormente es apoyada por el Grupo de Lima, atribuyéndola a un Plan de Transición de Juan Guaidó-,. Esto mostraría la combinación clásica entre ‘garrote y zanahoria’ por parte de USA y parece darle fuerza a la segunda versión que circula en Estados Unidos y es que todo está dirigido es a ‘ablandar’ la posición de Rusia en el tema del petróleo. Es decir, que ante la caída de los precios del petróleo por el pulso entre Arabia Saudita y Rusia, que afectó las finanzas de las empresas que realizan fracking en Estados Unidos, el gobierno Trump aparentemente querría ‘chantajear’ a Putin a través de la presión a su aliado, para ablanar su posición frente al tema petrolero.
Por eso la pregunta es ¿qué está buscando la potencia del norte de América? Y es evidente que el tema tiene que ver con la reconfiguración en curso de la arquitectura internacional. Todo indica que el motivo real tiene que ver con la soberanía energética, porque si bien ellos acudiendo al fracking lograron una autoabastecimiento –incluso volverse transitoriamente exportadores-, esto se logró con barril de petróleo a cincuenta dólares, pero el enfrentamiento de Arabia Saudita y Rusia por el tema de cuotas de producción y el precio del crudo, junto con la sobreoferta mundial y la caída de la demanda mundial por la crisis generada con el COVID-19, llevó a una caída del precio. Por supuesto esto obligó a USA a subsidiar a las compañías privadas a un costo alto para su economía.
Si a esto se le suma que Irán es la tercera reserva petrolera del mundo y que Venezuela podría pasar a ser el primer productor global si logra colocar en superficie sus crudos pesados de la cuenca del Orinoco, todo esto lleva al gobierno Trump a ponerse muy inquieto y más con el proceso electoral, bastante incierto, en curso.
Claro que la crisis que está viviendo Venezuela requiere una salida concertada entre sus fuerzas políticas internas, pero esto no puede ser impuesto por un poder externo, que además tiene los ojos puestos sobre el petróleo venezolano. Es necesario que la comunidad internacional contribuya a construir esta salida, no a imponerla y debe ser una participación que reconozca las realidades plurales del mundo actual.