El caso de Edy Fonseca, contratada irregularmente para ser la vigilante en el Edificio Luz Marina, ubicado en el exclusivo sector de los Rosales en la ciudad de Bogotá, que en el inicio de la cuarentena del mes de marzo fue constreñida a vivir y cumplir turnos de 24 horas en dicho edificio, constituye un gran desafío, no sólo por los delitos cometidos, sino por las connotaciones éticas del caso.
De acuerdo con reportes dados por el abogado que lleva el caso, a Edy se le dio un trato infrahumano: no tenía donde cocinar, no tenía donde ducharse, dormía en un sofá de dos puestos, apenas cubierta con una colcha, inicialmente le daban 15 mil pesos con los que debía comer tres veces al día, algo con lo que alcanzaba a comprar una comida que debía distribuir entre el almuerzo y la cena, a pesar que por su condición diabética y con un cáncer de colon en fase inicial, debía alimentarse cinco veces al día; todo esto ante la indiferente mirada de todos los habitantes de dicho edificio cómplices ante esta situación dirigida por el presidente del consejo de administración y el administrador, quienes habían pactado con Edy un pago mensual de millón trescientos mil pesos, que no siempre era pagado completo en algunas ocasiones.
¿Qué cosa tienen en la cabeza esos seres humanos que son capaces de constreñir a una mujer para pedirle que asuma los turnos de cuatro trabajadores, igualmente contratados de manera irregular?
¿Qué actitud hacia la vida tienen esos seres humanos que son capaces de esclavizar con fines labores a una mujer enferma?
Cierto es que los seres humanos somos malos por naturaleza; pero como afirma Lutero, el hombre es “simul iustus et peccator”, es “al mismo tiempo justo y pecador”, frase que más allá de las interpretaciones teológicas, expone de manera sintética la naturaleza del ser humano, al afirmar que éste tiene la potencialidad de actuar de manera pecaminosa, malvada, pero también de hacerlo de manera justa, bondadosa.
Es probable que la maldad que vive en nuestros corazones; que nos hace tirarle piedra a las casas de los médicos y enfermeras, agredirlos verbal y físicamente en los transportes urbanos, por creerlos agentes virales, que también nos hace pedir que los enfermos sean expulsados de nuestras incólumes vecindades, pero que nos hace alabar la gestión de funcionarios públicos del alto Gobierno Nacional que desvían el dinero de la paz para pagar bodegas en twitter y Facebook sólo porque sí, persista luego de la cuarentena, pero también es probable que la tragedia que significa la cuarentena para muchos desposeídos y excluidos, logre conmover y apelar a la bondad que tenemos, como ya se ha visto en esta coronacrisis.
En las últimas semanas hemos sido testigos de desbordantes demostraciones de solidaridad de mujeres que niegan aceptar las ayudas alimentarias donadas en formas de mercados para que estas sean cedidas a sus vecinos más necesitados; se ha visto la realización de grandes jornadas de donatones, como las de Colombia cuida Colombia, pero también se ha visto la realización de pequeñas campañas de donación de plátanos, ñame, aceite y yuca realizadas en Barranquilla por alianzas entre fundaciones de empresarios y líderes sociales, conscientes de la necesidad del pueblo, como las de la Fundación Tecnoglass y el joven líder comunitario Alexis Castillo.
Al ver esto, después de todo, hay esperanza, para el mundo poscuarentenario. Bastaría solamente tomar la decisión de no ser tan malo, tan pecador, o al menos intentarlo.
¿Estaríamos dispuestos a hacerlo? Ojalá sí.