La Semana Santa es la rememoración anual de la vida, obras, enseñanzas y sufrimientos de Jesús, el Cristo, para revivir la fe en su ejemplo, ratificar un compromiso con sus mandamientos y reivindicar un comportamiento vital orientado por el perdón, la misericordia, la solidaridad, el amor y la justicia.
También es un espacio para el recogimiento y los buenos propósitos. Un alto en el camino del trajín diario, que se utiliza para pasear, visitar a los parientes, conocer nuevos lugares, hacer turismo, ponerse al día con las obligaciones pendientes y hacer sanos propósitos en aspectos de la actividad humana. Los deberes Cristianos y los comportamientos mundanos se ligan en estos días Santos, sin faltar a los primeros ni desaprovechar los segundos.
Propongo a los liberales que en esta Semana Santa reverenciemos a Cristo, pero también pensemos en la sociedad, en el Estado, en el liberalismo y sus principios. Lo digo a los miembros del Partido Liberal y a los que piensan liberal, a las y los que sienten los principios libertarios y a todos quienes en sus actitudes creen en la democracia, practican la solidaridad y alguna vez han considerado la importancia de modificar el sistema que rige el funcionamiento de nuestra sociedad para que en su seno no exista violencia ni esclavitud ni injusticias ni persecuciones, para que a cada quien se le de lo que le pertenece y merece y se viva decorosamente, sin exclusiones ni persecuciones.
El liberalismo transformó socialmente al País. Lo organizó bajo reglas laborales que reivindicaron a los trabajadores, creó instituciones para que los pobres pudieran tener casa, educación y salud, introdujo en la sociedad colombiana el sentido de la equidad, ha luchado por la paz y contra la pobreza y actualmente respalda lo que tenga sentido de equidad, educación de calidad, reforma agraria integral, recuperación de las regiones y seguridad ciudadana.
Vivimos una época de reformas y el Partido Liberal no puede ser inferior a sus obligaciones. Hemos avanzado como nunca en el logro de convivencia y se han abierto posibilidades de conseguir una noción progresista de la economía. Hay que modificar el sistema económico para que la riqueza no siga concentrándose, tengamos más propietarios y una política equilibrada de ingresos y salarios produzca la revolución pacífica de la integración y la igualdad.
Hablo de la igualdad en las oportunidades; no me refiero a que los capitales sean iguales sino al inexcusable propósito de conseguir que todos tengan y reciban lo mínimo para un vivir digno.
El sistema comunista fracasó, pero en un capitalismo con alma se puede lograr que quepamos todos, sin quitarle a nadie, sin expropiar, protegiendo la iniciativa particular, respetando la propiedad privada que es función social, estimulando la inversión nacional y extranjera, pero con reglas tributarias equitativas y progresivas, con leyes laborales apropiadas, protegiendo la naturaleza y reconociéndole al Estado capacidad interventora. Es posible lograrlo y los liberales lo podemos hacer. Es cuestión de atreverse y asumirlo como compromiso programático.