Al amanecer del 2020, la burocracia latinoamericana tenía presente que era el año en que habría cambios en tres entidades internacionales cada una con su prestigio y con sede en Washington DC. En el Banco Mundial, la posición de la Vicepresidencia para América Latina y el Caribe, estaba tomando fuerza la noticia de un relevo que finalmente recayó en el colombiano Felipe Jaramillo, un funcionario de muchos años al interior del Banco Mundial quien enfrenta ahora las dificultades que tienen las economías de la región por causa de la crisis de salud mundial que se vive en todas partes. Luego vino la puja por la Secretaria General de la OEA donde un candidato peruano y una candidata ecuatoriana buscaban evitar una reelección que finalmente se dió con el uruguayo Luis Almagro, cuya designación tenía un alto contenido político y una fuerte influencia de EE. UU. y de la Venezuela liderada por Juan Guaido, cuyo liderazgo es visto con recelo por buena parte del exilio venezolano localizado en Colombia, en España y en el sur de los EE. UU.
Y, finalmente, la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, un banco que se deriva poco después de la época en que se crearon también otras entidades financieras como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional también con sedes en Washington DC. El banco fue creado en 1959 con el propósito de financiar proyectos viables de desarrollo económico, social e institucional y promover la integración comercial regional en el área de América Latina y el Caribe.
Después de cuatro presidencias largas en el Banco, todas ellas lideradas por latinoamericanos, el Departamento del Tesoro anuncia el 16 de junio pasado que, EE. UU. por primera vez en su historia, quiere liderar el Banco y nomina a un funcionario de segundo nivel del Consejo de Seguridad Nacional, de origen cubano para la presidencia del Banco. La noticia cayó como una bomba en el medio diplomático y financiero latinoamericano. Aunque ya hay algunos países que han expresado su apoyo como Brasil y Colombia, es cierto que Latinoamérica no esperaba esta movida del Gobierno Trump donde EE. UU. es el accionista individual mayoritario del banco, pero el resto de Latinoamérica tiene aún suficientes acciones para poder colocar a uno de los suyos.
Países como México, Argentina y varios más, han manifestado su desacuerdo con esa posición toda vez que rompe con una tradición. Para América latina podría significar una gran derrota y para los EE. UU. una victoria sin brillo. Quizás y previendo que esto algún día pasara, un pequeño banco regional, la Corporación Andina de Fomento que nace de los Acuerdos de la Comunidad andina en 1968, se ha venido convirtiendo en un banco regional fuerte, allende las fronteras de los países creadores y ahora con presencia prácticamente en todo el continente territorial latinoamericano, caribeño y hasta en Europa. Hoy se llama el Banco de Desarrollo de América Latina.
Es posible que, si la candidatura de la expresidenta costarricense Laura Chinchilla no toma fuerza, Latinoamérica podría trabajar con un liderazgo que no es tradicional y con algún recelo en primera instancia. Mientras tanto, tal vez sea la oportunidad para que la CAF se posicione más como banco generador de desarrollo y riqueza; y pueda sumar para el progreso de la región sin responder necesariamente a políticas de otros países que no necesariamente coincidan con los intereses del momento. Después de todo, cincuenta años de madurez no pasan en vano y puede hacer la diferencia en esta época de crisis en todo sentido.