Ayer escuché a un parlamentario decir que Cesar Gaviria seria electo por cuarta vez director del Partido Liberal, porque así lo querían la mayoría de los senadores y representantes, que también algunos diputados y concejales. Esto es lo más antidemocrático, suponer que aplastar con las mayorías hace legítima una elección, que a todas luces es contraria al carácter democrático que debe tener una colectividad con vocación de poder.
En el año 2000 Horacio Serpa convocó a una Asamblea Constituyente, para reformar la estructura y los estatutos del Partido, ese proceso culminó con la consulta de aprobación de los estatutos, por parte 2.5 millones de liberales. No era casual esta convocatoria, el ingreso de la organización a la Internacional Socialista, suponía tener un Partido más abierto, más democrático, en el que los sectores sociales tuvieran una participación directa en las decisiones políticas, en el que los jóvenes y mujeres, sindicatos y agremiaciones, tuvieran representación en los órganos de dirección de la colectividad.
Todos asistimos a las estruendosas derrotas de Serpa, no le quedó de otra que entregar en el año 2005 el Partido a la otra ala histórica. Serpa representaba el serposamperismo, que ya se veía caduco y que poco tenia para decirle al país. Gaviria llegaba con una nomina atractiva: Rafael Pardo, Cecilia López, Rodrigo Rivera, Andrés González, ninguno de ellos acompaña ya a Gaviria. El país vivía momentos difíciles, Uribe había concentrado muchísimo poder, dentro de sus tareas parece que se había puesto la misión de disminuir a su mínima expresión la representación política del Liberalismo, y lo había logrado. Gaviria se presentaba entonces como la única opción para aglutinar a la mermada fuerza parlamentaria y al resto de sectores del Partido.
Los pronósticos de los que advirtieron en las convenciones de 2005 y 2007, sobre para qué quería Gaviria tener la dirección y concentrar el poder del Partido, solo en el, se cumplieron. Gaviria desde 2007, ha dejado la dirección solo en 2 oportunidades, la primera para permitir que Rafael Pardo administrara la derrota de la elección presidencial y la segunda para que su hijo Simón se mostrara al país como “un líder de talla nacional”. El resto del tiempo, gente como yo, que llegábamos a la mayoría de edad en el mismo año en el que Gaviria asumía la dirección del Partido, no conocemos otra cosa y hemos vivido cada 2 años, el mismo ruido que produce imponerse a costa de tirar a la basura la democracia interna.
Evidentemente quienes resumen la política a lo electoral, poca formación tienen, jamás han leído a los autores que desde la antigüedad vienen dándole fundamento a la democracia. Tampoco conocen la historia, suponer que la voluntad de las mayorías, por ser simples mayorías derivan en lo pertinente y conveniente, es desconocer que a nombre de las mayorías se han cometido los mas grandes crímenes en el mundo.
El Partido Liberal se debe reformular, repensar, pero sobretodo abrir. Insisto en que los parlamentarios son una fuerza importante al interior de cualquier colectividad, pero esos parlamentarios también son producto de la promoción de sectores sociales e intereses que les conceden esas credenciales. Más allá, el Partido debe pensar en el ciudadano que no milita, en el ciudadano que necesita una organización seria, un programa robusto, que medie entre él y el poder político; es esto lo que perdió el Partido Liberal, la capacidad de mediación entre la ciudadanía y el poder.
El Partido no tiene un programa, producto del hecho que no tiene una definición ideológica clara: ¿Dónde está ubicado ahora el Partido Liberal? Debe volver a la izquierda progresista, ese es su espacio natural, el liberalismo con todas sus equivocaciones, ha sido la organización más progresista en la historia de Colombia. Lejos del progresismo sin sentido e irracional, pero cerca de la posibilidad de transformar la realidad de la gente.
Ustedes a los que les incomodan las voces de los que no somos genuflexos, representan el grito de José Millán-Astray: “muera la inteligencia”, y seguro de inteligencia carecemos, pero sí a los que intentamos pensar más allá de sus mezquinos intereses. Mientras tanto, mi respuesta a su grito de muerte, sigue siendo el que a Millán le replicó Don Miguel de Unamuno: “vencer no es convencer”, a ustedes les asisten las mayorías, a nosotros la razón.