Según Temblores ONG, al 7 de mayo de 2021, 37 personas fueron víctimas de homicidio presuntamente por la policía y 11 por violencia sexual. Después de leer estas cifras, vi en redes sociales un video de Andrés Parra, donde mencionaba que no era normal que en nuestro país nos estemos matando por cualquier motivo y hacía un clamor para que pare la violencia.
Me siento identificado con este video, porque pertenezco a una generación que ha sufrido la violencia de manera permanente, indirecta por todo el contexto de nuestro país, y de manera directa por el asesinato de mi padre junto a varios de sus compañeros en el nuevo liberalismo. Esa violencia que me robó la esperanza a mí, a mi familia y a toda Colombia. Hoy nos han vuelto a robar la esperanza, destrozando un proceso de paz que prometía sacar definitivamente del camino a la violencia.
Este traumático panorama, no puede continuar y es por eso que tenemos que buscar nuevos caminos, explorar vías distintas que permitan obtener acuerdos; en primera instancia pactar formas no violentas para solucionar la conflictividad social. Porque la violencia siempre ha sido la trampa instrumentalizada por quienes se niegan a ceder privilegios, no les interesa contribuir en un sentido de nación o participan en el proyecto político del narcotráfico. La violencia nos impide avanzar en la resolución de los problemas estructurales de este país; la desconfianza, la injusticia, inequidad, desigualdad, centralismo, la ausencia de Estado abuso a la mujer, a los niños, abandono de nuestros mayores.
Paradójicamente en Colombia cuando se buscan reformas que pretenden cambios, la violencia se dispara, arrecia con el objetivo de silenciar e intimidar a los ciudadanos que tenemos una visión distinta y que buscamos incansablemente defenderla. Es por eso que convoco a que nos expresemos contra la violencia y que, a través de un diálogo, que no sea maquillaje, ni una farsa para ganar tiempo y aparentar legitimidad, lleguemos a puntos concretos, que se puedan consolidar con toda la sociedad en un genuino propósito común.
Si acabamos la violencia, nuestros jóvenes tendrán más oportunidades, empezando por la más básica de todas, la de no sacrificar su vida. Jóvenes que encuentren su vocación para vivir, no para morir. Matrícula cero, que puedan pagar ese crédito de ICETEX que los tiene asfixiados, formarse, educarse, emprender y apoderarse de la política, como dice Humberto de la Calle.
El nuevo país que soñamos, debe desarrollar nuestra biodiversidad a través de la ciencia, la innovación, la investigación y la tecnología. Para hacer realidad ese sueño de país, tenemos que cambiar nuestra forma de pensar. Las soluciones no llegarán de un presidente, de un «mesías» ni de un gobierno. Sólo las habrá cuando entendamos que se trata de procesos que no se dan de la noche a la mañana. Ese país que añoramos se puede materializar, si cada colombiano asume como propia la responsabilidad política de trabajar por él. Debemos sentirnos corresponsables en un sentido de nación. Superemos la segregación en nuestra sociedad, esa que nos han querido imponer en lo social, económico, político, ambiental, cultural y territorial. Sólo así saldremos de la trampa de la violencia.