Si pensamos en lo que viene para Colombia, es un reto sin precedentes en la historia reciente del país, es una verdadera encrucijada económica que afronta el país pues el actual gobierno no deja un panorama despejado y claro. Por el contrario, el costo económico de la pandemia no sólo fue la recesión y desempleo que generó durante el 2020, y parte del 2021, sino también el desorden macroeconómico que deja, desorden económico que afecta no solo a Colombia si no al mundo entero.
Es este desorden económico el causante de varias características que exhibe la economía mundial y la colombiana, por consiguiente, en el caso colombiano la reactivación económica es un mero efecto pivote o rebote, es decir, la economía esta viviendo una acción reflejo de la crisis económica de las cuarentenas, cuando se cerró la economía, y al mismo tiempo se desplomó al cesar las ventas y postergar la demanda. Demanda que se concretó e impulsó la economía cuando se acabaron las restricciones, esto explica la recuperación y un crecimiento de dos dígitos similar a la caída de dos dígitos que nos dejó la pandemia.
Pero este rebote esta llegando a su fin, el siguiente gobierno ya no gozará de este impulso para tener crecimiento económico. Algo similar se vive en todo el mundo, razón por la cual los gobiernos de Estados Unidos y de la zona Euro están preparando grandes paquetes de gasto público, en lo que podría ser el paquete más grande de gasto del siglo XXI, un claro renacimiento de las políticas keynesianas.
Y es que la razón de estas políticas de gasto es la comprensión de que el crecimiento económico actual es un rebote, o consecuencia del aplazamiento de la demanda a consecuencia de las cuarentenas, pero el cierre de fábricas, de negocios y empresas es algo real, y que toma mas tiempo recuperar, un tiempo mayor que los ingresos no gastados pueden sostener, entonces hay que sostener la demanda hasta que se recupere el dinamismo de la oferta y sea concordante con una senda de crecimiento aceptable.
Parte de la inflación mundial que estamos viviendo es a consecuencia que la oferta se contrajo durante las cuarentenas y esta pérdida de capacidad productiva toma tiempo recuperarla, pero la demanda si se reactivó de inmediato cuando la economía se abrió, en parte porque fue postergada, y en parte, porque los Bancos Centrales de todos los países (Banco de la República en el caso de Colombia) han tenido una política expansiva y cual combustible ha reactivado la economía, pero también ha disparado la inflación.
En el caso local de nuestra República Suramericana tenemos el factor de la devaluación del peso, que también es otro motor de la inflación, dado que entre más caro el dólar mas caros son todos los productos importados, tanto los de consumo final como los que sirven de insumos a las industrias colombianas.
El desequilibrio en la balanza de pagos que causó la devaluación del peso es una condición estructural, y por ende, es poco probable que se revierta la tendencia del dólar, lo más probable desde mi punto de vista es que se estabilice sobre los 4.000 pesos como media, tal y como está ahora.
He aquí la encrucijada, el país requiere una política ambiciosa de gasto publico que se dirija a la inversión y a impulsar la oferta (sea inversión de capital o abaratamiento del capital) y al mismo tiempo mantener la vitalidad de la demanda, todo esto restringido por una inflación creciente, lo cual hace probable que el Banco de la República decida restarle liquidez a la economía ajustando el sistema por lo bajo. Y todo lo anterior, con un déficit fiscal que toca achicar mientras se lidia con la pesada deuda que tiene el gobierno nacional.
Lo ideal seria que el actual gobierno presentara al Congreso de la República un ambicioso plan de inversiones en obras publicas y de estímulos a la inversión privada para mantener el ímpetu del crecimiento económico. Pero esto implica echarse la mano al dril, es decir, reducir los gastos innecesarios y la burocracia, crear una reforma tributaria estructural que le de recursos al gobierno para financiar este plan.
Una reforma tributaria de características quirúrgicas pues tiene que sacar recursos de los grandes patrimonios, y las rentas ociosas especialmente de los sectores de más altos ingresos, porque de otra forma la reforma colapsaría la demanda agregada de la economía.
Pero tal proyecto nacional es algo demasiado grande para pedírselo al actual gobierno y su partido, es pedirle una operación de maestría quirúrgica a los creadores de la estrategia para poner a Juan Guaidó en el palacio de Miraflores. Es algo demasiado grande para que el actual presidente y su partido puedan siquiera imaginarse cuáles serían estos proyectos de inversión que Colombia requiere. Además, es pedirle al partido Conservador y al Centro Democrático que están desesperados por no perder el poder, que recorten la mermelada que los sostiene políticamente en año de elecciones, simplemente imposible, hay demasiada corrupción y muy poco patriotismo.
Es decir, esta tarea se quedó para el siguiente gobierno sea quien sea. Una frase que se volverá cada vez mas común a medida que se acercan las elecciones presidenciales.
Pero dentro de este agitado ambiente y la gran encrucijada económica que vive Colombia, también se abren las puertas para crear las bases que sostengan un crecimiento económico sostenido que nos permita pensar en erradicar la pobreza en una generación, dado que hay cierta similitud de la coyuntura actual a la coyuntura de 1920, que si el gobierno que viene sabe aprovechar, puede tener un éxito económico similar al logrado por la república liberal en el siglo XX, pero ese es un tema para la próxima columna.