Con la terminación del proceso de dejación de armas de las FARC -entregadas a la Misión de Naciones Unidas para su destrucción, quedando pendiente la ubicación y destrucción de las otras caletas, tarea que están adelantando el mecanismo tripartito de monitoreo con la Fuerza Pública-, concluye formalmente el recorrido de esta insurgencia guerrillera y se inicia el período de transición hacia su conversión en movimiento político, que es siempre el objetivo de este tipo de procesos de terminación concertada de conflictos armados: que el actor armado ilegal, en este caso las FARC, previa dejación de armas se convierta en un actor político dentro de la legalidad. Un gran logro de la sociedad y el Estado colombianos –incluido por supuesto el accionar de la Fuerza Pública-; el resultado de la gestión estratégica acumulada de los gobiernos de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y culminada por el Presidente Juan Manuel Santos.
Ahora el movimiento político que cree esta insurgencia en proceso de reincorporación tendrá varios desafíos. El primero, definir su ideario político-ideológico y seguramente deberá definirse entre una orientación clásicamente marxista, que aglutinaría seguramente o podría tender puentes con los núcleos históricos de la izquierda tradicional, pero con pocas posibilidades de ser atractivo para las mayorías nacionales, o con una perspectiva más amplia que convoque a sectores de la sociedad más allá de la izquierda tradicional y que seguramente mirarían con entusiasmo otros sectores sociales -un colega me decía que le gustaría una lista a corporaciones públicas de ese movimiento con una pluralidad de participantes de diversas procedencias-, que contribuya a la construcción de consensos nacionales; esa es la decisión que ellos deben tomar y de la que dependerá mucho su futuro y seguramente su liderazgo se mueve en esa disyuntiva.
El segundo, la forma en que va a hacer política dentro de las reglas de la democracia. Puede dedicarse a ser un crítico contestatario de todas las medidas y un apoyo estimulante de la conflictividad social buscando ubicarse en la izquierda más crítica e ‘incontaminada’, o por el contrario un movimiento propositivo con capacidad de reconocer iniciativas de los gobernantes, también de criticar, ojalá sugiriendo correctivos, y acompañar los conflictos sociales pero promoviendo y estimulando la búsqueda de salidas concertadas a los mismos, dispuesto a construir coaliciones o alianzas con otras fuerzas políticas.
El tercero, la transparencia en su actuar, en su financiación y con liderazgos dispuestos a explicar sus propuestas y posiciones sin arrogancia; por las circunstancias e incertidumbres que existen en sectores de la sociedad, los miembros de este movimiento político van a tener que ser mucho más exigentes en la rendición de cuentas que los demás movimientos, por lo menos en una primera fase; o por el contrario crean un movimiento político, pero cuasi-marginal, que no tenga incidencia y genere más interrogantes que posibilidades.
Estos y otros muchos desafíos tendrá ese movimiento que propongan las antiguas FARC, pero es claro que va a ser un nuevo actor que incidirá en la política colombiana y de manera más relevante, probablemente, en el campo de la izquierda política. Debemos estar en disposición de decirles ’bienvenidos a la política’ y esperamos que aporten positivamente al desarrollo de nuestra democracia, sabiendo que tendrán millones de compatriotas observando con lupa su actuar.