Debe ser muy alto el profundo convencimiento político de las Farc-Ep, para tomar la firme decisión de dejar las armas en manos del Consejo de Seguridad de la ONU, y que dispongan de ellas, reciclándolas y convirtiéndolas en tres monumentos simbólicos y emblemáticos a la Paz, que serán se colocados: Uno en las edificaciones de las Naciones Unidas en Nueva York, otro en Bogotá y el tercero, en La Habana, Cuba, lugar donde se adelantaron los diálogos de Paz, que llevaron definitivamente a la dejación de todas sus armas, en ceremonia presidida por el Presidente Juan Manuel Santos, el máximo dirigente de las desarmadas Farc, Rodrigo Londoño Echeverri y Jean Arnault, jefe de la Misión de la ONU.
El país político y la sociedad colombiana en general, recibieron esta gratificante noticia con mucha fe y esperanza en la posibilidad real de poder construir un nuevo proyecto de país, donde las necesidades vitales en salud, educación y trabajo digno sean verdaderamente tenidas en cuenta y resueltas de manera permanente.
Durante toda la sobria y digna ceremonia realizada en plenos llanos orientales, acompañada de los altos dignatarios de los países garantes, de las Naciones Unidas, del Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Luis Augusto Castro y el padre Francisco de Roux de la Compañía de Jesús, estuvo siempre presente en mi memoria el momento aquel en los años de 1964, cuando el sacerdote Camilo Torres Restrepo y Monseñor German Guzmán, llegaron al campus de la Universidad Nacional de Colombia, apesadumbrados, porque la gestión que habían ido a realizar en el antiguo palacio presidencial de San Carlos, entrevistándose con el Presidente Guillermo León Valencia, no había generado el buen ambiente que permitiera aplazar y desmontar la famosa operación Marquetalia, que el ejército nacional iba adelantar en contra de los campesinos del Pato y Guayabero, quienes estaban exigiendo tierra, aperos, herramientas de trabajo y créditos blandos para poder subsistir en esa duras condiciones de la cordillera. La respuesta del Presidente Guillermo Leon Valencia, además de descortés con los sacerdotes, fue altanera al decirles que ya las órdenes militares se habían tomado y que los campesinos debían atenerse a las consecuencias.
Cuanto dolor y tragedia nos hubiésemos ahorrado los colombianos si el Presidente Guillermo Valencia hubiese escuchado la voz de los pastores de Cristo, saliendo del clásico autismo de los mandatarios de la época, en cambio hubiese acogido su orientación y consejo. A los pocos días de este fracasado intento por parar la guerra fratricida, se dio inicio a la “operación Marquetalia”. Los escasos destacamentos guerrilleros al frente del legendario Manuel Marulanda Vélez “Tirofijo”, recibieron la orden de replegarse con familias y animales a las profundidades de la selva. El ejército ocupo esas tierras lejanas e inhóspitas, dando informes de victoria pírrica sobre campesinos famélicos con voluntad de hierro para luchar por una parcela de tierra y condiciones mínimas de subsistencia. A los pocos días, la televisión francesa mostraba indignada en Europa como un Ejército Nacional trataba de derrotar a grupo de campesinos que luchaban con las uñas por su derecho a una vida digna. La voz autorizada de Jean Paul Sartre, emblemático filósofo francés quien había rechazado el Premio Nobel de Literatura, por estar en contra de la invasión gringa a Vietnam, se levantó para condenar la agresión a los campesinos del Pato, Guayabero, Rio Chiquito y Marquetalia.
El hecho descrito, marcó el quiebre que generó el salto de las guerrillas liberales a la guerrilla con inspiración socialista que dio origen a las FARC y que afortunadamente, hoy podemos decir que esta dolorosa historia ya quedó atrás con el exitoso proceso de Paz. Recordar la historia debe llevar a aprendizajes indelebles: Cuando una comunidad se expresa es necesario escucharla porque hay necesidades y derechos ignorados por el Estado de la patria de la que todos hacemos parte, Estado que debe ser el árbitro que regule las necesidades y excesos entre los distintos sectores y clases de la sociedad. Por eso, es admirable la postura del Presidente Santos, de haber escuchado la guerrilla que por más de cincuenta años expresaba necesidades urgentes de los campesinos, además de llevar, contra viento y marea, el proceso de Paz y la dejación de las armas hasta las últimas consecuencias.
Vergüenza, vergüenza nacional debe cubrir al Centro Democrático y a Uribe y sus seguidores quienes con marcado odio y sevicia se niegan a abrirles las puertas de Paz, a estos colombianos que por condiciones muy dramática, hace más de 50 años, se vieron obligados a luchar con las armas en la mano, contra la opresión y el autismo gobernante.
He titulado esta columna: “ADIOS A LA GUERRA, OJALA PARA SIEMPRE, porque he llegado a pensar que estamos ad portas de una nueva coyuntura, con el mismo espíritu e inspiración de la que generaron los sacerdotes Camilo Torres Restrepo y Monseñor Guzmán frente al Presidente Valencia al solicitarles el fin de una guerra, hoy con su Santidad el Papa Francisco, quien en su visita a Colombia suplicará a la guerrilla, aun en armas, el silenciamiento total de los fusiles y la unificación de esfuerzos para la construcción de una sociedad pacífica en búsqueda de la Justicia Social.