Uno quisiera que la eufórica reacción que el 27 de junio se vivió en twitter con el desarme total de las FARC fuera real, pero lastimosamente no lo es; sencillamente no se puede decir #ChaoALaGuerra cuando aún mantenemos una con la última guerrilla activa que queda en el país.
Porque aunque para algunas personas las acciones bélicas con la insurgencia del ELN suceden en la periferia y son menores en frecuencia y en intensidad, por lo que en el resto del país ni se siente que haya guerrilla, en pleno siglo XXI es inconcebible que una nación suramericana viva aún bajo la amenaza constante de insurgencias de carácter político, en una abierta violación al derecho fundamental a la vida.
Y es que por más esporádicas y poco frecuentes que sean las acciones del ELN, entre el 7 de febrero y el 17 de mayo, según reporte de INDEPAZ, se han observado 86 acciones que han generado el desplazamiento de 444 familias, el secuestro de 23 personas, heridas a 45 personas de la población civil y 39 miembros de la Fuerza Pública, el homicidio de 5 personas y la muerte en combate de 19 insurgentes y 17 miembros de la Fuerza Pública (http://www.indepaz.org.co/7454/83-acciones-armadas-que-involucran-al-eln-en-lo-que-va-corrido-el-2017/) y sin contar con los hostigamientos que en estas últimas semanas se han dado en municipios de Norte de Santander y César y el cierre de vías en el departamento de Arauca.
Al parecer, aquellos que afirman que ya no hay guerra, sólo porque uno de los actores más grandes se ha desmovilizado y desarmado, aún tienen en su cabeza el involuntario menosprecio característico de los habitantes de las cordilleras y valles interandinos propios del llamado “centro del país, hacia aquellos que viven en las fronteras naturales y políticas. Mala cosa.
Mala cosa especialmente para aquellos sectores de la sociedad civil que respaldan el cese bilateral al fuego y las hostilidades entre el ELN y el Gobierno Nacional y que aparecen como anacrónicos en medio del jolgorio de las redes sociales.
Ahora bien, justamente por los muertos, los desplazados, los hostigamientos y los heridos en combate es que muchos y muchas siguen afirmando que la tal paz de Santos no ha llegado y que el postconflicto sigue siendo un horizonte lejano y utópico.
Y justamente por aquellos y aquellas que critican y demeritan, que celebran antes de tiempo, es que se debe insistir en el cese bilateral al fuego y hostilidades que se aprestan a negociar las delegaciones del ELN y del Gobierno Nacional en Quito, así sea tomando como excusa la histórica visita de Jorge Berboglio al país.
Por aquellos 6 mil nuevos desplazados, por aquellos cincuenta muertos, por aquellos heridos y por el derecho de vivir sin angustia, con libertad de movilidad, de pensamiento, de acción, es necesario exigir que haya una paz completa y que definitivamente cese la horrible noche.
Colombia no ha terminado la guerra, así los eufóricos jóvenes en redes sociales digan lo contrario.