El rayo fatídico de la muerte fulminó el intrépido corazón de mi inolvidable amigo Gerardo Rivas Moreno -Gérrimo-, el 23 de enero, cuando caminaba por las estrechas calles del barrio La Candelaria, en procura de terminar de imprimir los últimos libros que su espíritu de editor aventurero le ordenaba, un mes antes de viajar a Paris para encontrarse con Alejandra, su hija adorada, quien lo había acompañado en forma persistente y constante en sus múltiples empresas, desde cuando tenía escasamente un año de edad.
Una tristeza larga y fría me invadió, repentinamente, cuando mi hija Silvia Carolina llamó por teléfono para informarme de tan doloroso suceso. Una sucesión interminable de imágenes se volcó atropelladamente sobre mi memoria. Habían sido tantos los momentos que en nuestra juventud habíamos participado juntos, que no lograba retener ninguno y los que llegaban eran, rápidamente, desplazadas por los nuevos. Casi que con la ayuda de la voluntad logré precisar aquellos que conservaba más claros y que se referían a un largo y azaroso viaje que realizamos juntos desde Bogotá hasta Medellín, a las pocas semanas de haber caído en combate nuestro maestro y capellán universitario Camilo Torres Restrepo.
Sin saber los planes que tenía cada uno, el destino nos juntó en la oficina de una empresa de buses de transporte que cubría regularmente la vía Bogotá – Medellín. Era un viaje larguísimo, que por lo regular se hacia de noche y luego de llegar a La Dorada penetraba por una carretera destapada y dura que terminaba saliendo a Sonsón y de allí se enrumbaba, buscando el oriente antioqueño para llegar a Medellín por los caminos de La Ceja. Acomodados en el bus y procurando protegernos del frio penetrante de la sabana bogotana iniciamos, según recuerdo, nuestra conversación preguntando el, que móviles me llevaban a Medellín. Como éramos amigos de confianza de la cafetería de la Universidad Nacional de Colombia, donde dábamos interminables discusiones acerca del carácter de la revolución colombiana, le comenté que Francisco -Pacho- Mosquera se había radicado en Medellín con su compañera Estrella, para iniciar al interior de los sectores obreros de esa ciudad, la construcción del partido de la revolución como ya comenzaba a llamar al MOIR. Pacho, como lo llamábamos cariñosamente sus amigos ya se distinguía por ser un critico juicioso y profundo de la teoría del “Foco guerrillero” que pregonaba el Che Guevara y de la cual nosotros éramos fervientes seguidores. El por su lado me dijo, muy orgulloso, que acaba de imprimir su primer libro “Cuentistas Colombianos- Antología” y que como lo recuerda también, su amigo Fred Kaim, “probablemente era la primera edición de quienes hoy, son importantes exponentes de la literatura colombiana: German Espinosa, Roberto Burgos, Manuel Zapata, Antonio Montaña y “nadaistas” que golpeaban las sacrosantas letras burguesas como “gzaloarango” y Fanny Buitrago”. El motivo principal de su viaje era distribuir el libro que traía en varias cajas en la bodega del bus, entre las librerías de Medellín, emisoras y universidades y lograr además una buena difusión en los colegios para ir cimentando una cultura de escritores en los jóvenes colombianos.
La mañana nos sorprendió llegando a Sonsón en medio de una tenue bruma que descendía de la montaña y la sorpresiva requisa que un grupo de agentes de la policía se dispuso a hacerle a nuestro bus. Los pasajeros fuimos invitados a descender y una minuciosa requisa se realizó sobre todos nosotros. Se nos ordenó abrir las maletas que transportábamos y sobre las cajas donde Gerardo traía los libros, recayó una rigurosa revisión. Los libros de la Antología – Cuentistas Colombianos, cayeron al pavimento junto con unas revistas chinas conocidas en la época como “Pekín Informa” y “China Reconstruye”. La policía consideró que estos libros eran subversivos y en esta forma reportó a Medellín, donde llegamos en las horas de la tarde y fuimos recibidos por dos patrullas policiales y llevados a la inspección con los cargos de transporte de prensa subversiva. Gracias a la solidaridad militante del sindicato de las Empresas Publicas de Medellín y de dirigentes demócratas de la ciudad, Gérrimo pudo recuperar su libertad y gracias al escándalo periodístico los libros se vendieron como “pan caliente” en la Universidad de Antioquia y en los colegios públicos.
Posteriormente, imprimió decenas de textos sobresaliendo, entre muchas, “Las obras de Bolívar”, “en seis volúmenes, la más completa de las tres grandes ediciones: la venezolana de 1956, la cubana de 1961 y la de “FICA” (Gérrimo había constituido la “Fundación para la Investigación y la Cultura”), porque ésta última agregó cartas y notas no compiladas en las otras dos”. Del escrito de Fred Kaim “Adiós a Gérrimo”.
La vida nos fue llevando por complejos y riesgosos caminos, pero siempre nos acompañó esa amistad amplia y sincera que nació en los claustros universitarios de la Nacional. En los años posteriores y cuando levantamos la bandera de “El Replanteamiento al interior del ELN”, allí estuvo Gerardo, solidario y comprometido con una visión política que buscó afanosamente sacar a la guerrilla de la violencia de la lucha armada y articularla a los genuinos movimientos de masas como lo había enseñado y pregonado nuestro capellán Camilo Torres Restrepo.
En ese ambiente de análisis y discusión que vivíamos donde íbamos graduándonos de demócratas surgió el resplandor luminoso de Jaime Garzón -Nuestro Heidi querido- y fueron muchas las noches en que nos sorprendió la madrugada tratando de entendernos y de entender la complejidad de nuestros tiempos. En esas tareas estábamos cuando las balas asesinas segaron para siempre la sonrisa del hombre que hizo reír a un pueblo en medio de la tragedia. Gerardo me llamó para decirme, desconsolado, “los tiros que mataron a Garzón le dieron a mi corazón…”.
Los años posteriores y ya cansados de tanto voltear en pos de la utopía llegamos a Cartagena donde nos acogieron dos compañeros insuperables: Javier Jaramillo y el “tesito” Álvaro Sierra. Bajo el alero de su genuina amistad comenzamos a rememorar los hechos de esa lucha desigual en que habíamos participado y allí nació la idea del libro de nuestros sueños y de nuestras rotas utopías que no pudimos escribir y menos aun ahora, cuando ya está sonando el clarín anunciando nuestras próximas partidas.
Cierro esta elegía con la dedicatoria que me escribió en el libro “Obras Completas” de León de Greiff, el 14 de marzo de 1986, y que reza:” Viejo Tigre: Este poeta es el mundo. El viejo, el antiguo, el nuevo y el que viene, porque fue capaz y es capaz de sentarse en nuestra mesa del alma y amar como amamos nosotros la vida. Un abrazo. Gérrimo”. ¡Hasta Siempre, Compañero!!!