Debo reconocer que mi encuentro con el viejo compañero de antaño, Arístides Galván, fue inesperado y sorpresivo. De las ultimas veces que recuerdo haberlo visto fue por allá en los años 65, del siglo pasado, en la cafetería de la Universidad Nacional y cuando comenzaba a cobrar entusiasmo la figura fraterna de Camilo Torres Restrepo.
En esa tarde, había revuelo entre los universitarios mas comprometidos con la causa de la lucha popular, por la sencilla razón que Monseñor German Guzmán, conocido por escribir la primera parte del libro “La violencia en Colombia” y el capellán de la Nacional, padre Camilo Torres habían pedido una entrevista al presidente Guillermo León Valencia, para plantearle una respetuosa petición: No atacar a las que el senador Álvaro Gómez Hurtado llamaba “republicas independientes de Marquetalia, el Pato y Guayabero”, porque allá no existían ningunas republicas independientes, sino grupos de campesinos humildes que luchaban, trabajando el campo para medio subsistir.
Juntos escuchamos el escueto informe que dieron los preocupados sacerdotes: “No se pudo hacer nada. El presidente Valencia ha ordenado recuperar a sangre y fuego esas tierras, desalojar los campesinos, detener a sus dirigentes y dispersar a la población civil, en el término de la distancia”, dijeron. Nos quedamos fríos. Desconcertados. La fuerza militar iba a cometer un nuevo atropello contra la población campesina inerme, sin medir sus graves consecuencias. Recuerdo que cabizbajos y pensativos nos retiramos al campus universitario, pensando cómo podrían ser los futuros acontecimientos.
No lo había vuelto a ver hasta esa mañana invernal del mes de julio en que la vida, sorpresivamente, nos puso cara a cara, cuando la lluvia arreció y nos obligó arremolinamos en la cafetería “La Candelaria”, lugar donde funcionarios de los ministerios y personas cercanas al Capitolio Nacional, acostumbraban a tomar tinto, antes de iniciar en forma sus actividades. Después de los abrazos fraternales que nos debíamos, paso a contarme que se había inclinado por una forma de hacer análisis político y periodismo, y desde esta óptica hacía un seguimiento puntual a la grave situación que según él estaba atravesando el país.
Me manifestó que le preocupaba sobremanera las graves situaciones que se estaban dando en relación con el esperanzador proceso de Paz con las FARC-EP. Le parecía absurdo que los sectores mas duros de los latifundistas y del Centro democrático hubiesen decidido atravesarle palos a la rueda de la Paz y, sobre todo, enfilar sus baterías legislativas para hundir las urgentes reformas consignadas en los Acuerdos. No entendía como el Senado de la república había hundido el proyecto que tramitaba las “curules para la Paz” y que estaban destinadas a las victimas de los territorios olvidados del país. Era muy necesario que las victimas tuvieran una instancia parlamentaria que les permitiera plantear soluciones a los graves problemas que vivían sus olvidadas regiones.
Arístides tenía frente a tantas preocupaciones, una en especial. “La guerrillerada” como llamó al grupo de la tropa de las Farc, se sentía olvidada y abandona en unos territorios rurales conocidos como zonas de rehabilitación y normalización y donde la implementación va muy lenta o no llega. Esa tropa está muy molesta con la entrega de los “fierros” y la tierra, que le fue ofrecida, no se ve por ninguna parte. Hasta estos campamentos llegan las noticias de los grupos que no entraron al Acuerdo de Paz, que se mantienen con las armas en la mano y en verdadera actitud de combate y confrontación con las fuerzas del orden. Se conocen con el nombre de los disidentes y son alrededor de 30 estructuras armadas que tienen un proyecto de expansión y están bajo el mando de jefes guerrilleros natos, con reconocimiento en la tropa, como son Gentil Duarte, Cadete y John 40.
Están concentrándose en los departamentos de Meta, Vaupés y Guaviare y van ampliando sus dominios en Arauca, Caquetá Amazonas y Putumayo. Le dije que me parecía una zona muy estratégica y donde el conocimiento de esta lo tienen y dominaban los alzados en armas. Asintió en silencio, con su cabeza.
Pero venga y le digo, – me explicó-. Lo más delicado es que son zonas de grandes cultivos de coca donde prima el poder del más fuerte y el Estado colombiano está demasiado ausente y es muy débil. Además de estos cultivos ilícitos, la minería ilegal ha tomado el control de los ríos y las mafias internacionales, en especial la mexicana, se encarga de abastecerlos de armas de diferentes calibres.
Por eso mi querido tigre, remató: La Paz está muy embolatada…Y si el nuevo gobierno no asume la implementación de los Acuerdos con la fuerza que estos están exigiendo, muy pronto comenzaremos a tener los mismos problemas y dificultades que ya son largamente conocidos por todos nosotros.
Afuera el aguacero había amainado y un sol débil trataba de calentar la carrera séptima. Nos despedimos con un fuerte apretón de mano y quedamos a vernos a su regreso. Les confieso que sus palabras y su conversación me dejaron muy preocupado. Por eso quiero hacer un llamado angustioso al nuevo gobierno del presidente Duque que es urgente desarrollar en la practica todo el concepto de Paz territorial, que no es otra cosa que suministrar tierra, semillas, riego y buenas vías terciarias para facilitarle la vida a los campesinos pobres, y en esta forma ir pagando la vieja deuda social que la sociedad tiene con ellos.