Fue mi hermano Alfredo Ojeda el primero, entre nosotros, que decidió vincularse a la hermosa y exuberante región de los Llanos Orientales, por allá en los años 80 del siglo pasado y atraído por la fuerza de su historia y su cultura logró establecerse como Médico cirujano, egresado de la Universidad Nacional de Colombia. Un doloroso día de junio, con las primeras lluvias, se durmió para siempre arrullado por el canto de los pájaros y el rumor sereno de las aguas cantarinas que le hacían recordar a su querida tierra ocañera y al poeta nativo Euquerio Amaya, de “Anima aquea”.
En las largas conversaciones de esos años luminosos programamos muchas veces ir hasta el municipio cundinamarqués de Fosca para apreciar desde esas alturas cordilleranas como los alemanes, capitaneados por el legendario Nicolas de Federman habían decidido en los años de 1530 participar en la toma del altiplano cundiboyacense tratando de arrebatándoselos a los genuinos representantes de la corona española, como eran: Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Belalcázar. De haber sido así, las cosas serían de otra manera en estos territorios, si los alemanes hubiesen ganado ese pulso. Santa fe de Bogotá sería una metrópolis con profundo sabor alemán.
Nicolas de Federman nació en la pintoresca ciudad alemana de Ulm, a orillas del rio Danubio en el año de 1506. Desde muy joven mostró su espíritu aventurero y se vinculó en los contingentes de la famoso Casa Welser, a quienes el Emperador Carlos V les había concedido la conquista y poblamiento de Venezuela, con base en la ciudad costera de Santa Ana de Coro, que fue la primera ciudad fundada por los españoles en territorio suramericano.
Era de espíritu navegante, según los historiadores, y en ese sentido incursionó por la costa Caribe, llegando hasta Urabá. En una de esas correrías arribó hasta la península de la Goajira y allí fundó a Riohacha, el 5 de agosto de 1536.
Era muy dado a escuchar los relatos de los aborígenes quienes le comentaron que el “reino del oro” o “El Dorado” quedaba en el centro de las cordilleras y que si quería conseguirlo debía llegar hasta las cumbres, que habitaban los cóndores. Obsesionado por la idea, solicitó autorización al gobernador de Santa Ana de Coro (Venezuela) y este no estuvo de acuerdo. Decidió entonces, regresar a Europa y contactar a importantes casas comerciales alemanas, que decidieron financiar la expedición. Visitó a España, Alemania, Italia y en Venecia reunió una buena tripulación para asumir la tarea de ascender hasta el reino de los Muiscas o Chibchas.
De paso por Santa Marta tuvo noticias acerca de que el Gobernador había enviado una expedición al altiplano bajo el mando del Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, compuesta por 660 hombres, buenas provisiones y excelentes cabalgaduras. Que se había dividido en dos partes, una iría remontando por agua el río Magdalena y otra, iría por las riveras, atravesando tierras ardientes e infectadas de animales ponzoñosos y feroces.
Ya en Santa Ana de Coro (Venezuela) pensó primero en tomar la ruta que antes había elegido el antiguo gobernador Ambrosio Alfinger, caracterizado por su crueldad contra los indígenas y que había sido muerto cerca a la población colombiana de Chinácota, por lo indígenas “chitareros”, muy valientes, que lograron el momento preciso en que se quitó el yelmo dejando al descubierto su cuello y ellos con una cerbatana envenenada hicieron blanco perfecto en su garganta, lo que le ocasionó la muerte.
Federman se inclinó por la ruta del sur hasta el río Orinoco y subió por el este hasta alcanzar el rio Meta y llegar a la altura de San Martin. Los indios, muy combativos le retrasaron la llegada. Tuvo que sortear muchos obstáculos representados en afluentes caudalosos, llanuras inmensas inundadas y selvas inhóspitas. Remontó el rio Negro, siguiendo un antiguo camino de indios. Llegó a un sitio precioso y tranquilo a la desembocadura de un rio de aguas cristalinas donde ordenó descansar y bañarse a toda su tropa, exclamando: “¡Oh rio, sáname mis huestes!”. Esta sentida petición le valió el nombre al río “Sáname”.
Pernoctó con sus tropas en este fértil valle y dejó huella eterna de sus inconfundibles rasgos genéticos germanos, en la población indígena, que se encuentran esparcidos por la región. Siguió ascendiendo hacia el altiplano y en el paraje llamado Pueblo Viejo, fundó un caserío que se trasladó a lo que es hoy el floreciente municipio de San Antonio de Fosca.
En los primeros días de 1539 logró llegar al paramo de Sumapaz. Una comisión de recibimiento enviada por Quesada lo esperaba. Gonzalo Jiménez de Quesada había llegado al valle de Los Alcázares, dos años, atrás en 1537, con sus tropas totalmente disminuidas, de 660 hombres que salieron de Santa Marta solo 235 arribaron a la cima. Federman, al contrario, llegó en buenas condiciones. En marzo de 1539, dos meses después de arribar el alemán, llegó Sebastián de Belalcázar, quien venía desde el sur y enviado por el Gobernador de Quito. Reunidos los tres, se dio la “Real Fundación de Santa Fe de Bogotá el 29 de abril de 1539”.
Desavenencias surgidas acerca de cual de los tres tenía mas derechos de conquista obligó a que partieran a España para que la Corona decidiera. Jiménez de Quesada regresó, años después, como gobernador de lo que se llamó “Provincia de la Nueva Granada”. Belalcázar no tuvo problemas y fue designado gobernador de Popayán, que el había fundado. A Nicolas de Federman le fue muy mal. Acusado por desacato, fue condenado a la cárcel y murió en 1542 a la edad de 36 años.
En la plaza municipal de Fosca sobresale un busto de Nicolas de Federman donado por la Embajada de Alemania en Colombia y una fecha 1537 que simboliza la fundación de este municipio y que según la historia narrada, es dos años más viejo que Bogotá.