Guardo un profundo respeto por la escultora colombiana Doris Salcedo. Cuando supe que las armas dejadas por las FARC iban a ser fundidas a más de 1.600°C, quise gritar a los cuatro vientos que se incluyeran todas las armas que existen en el mundo, para derrotar, por fin, a la barbarie y la violencia. Solo en esta forma habrá desaparecido el monstruo que se incubó en nosotros, como especie humana, cuando en el largo proceso de la evolución y para sobrevivir como especie en la caverna prehistórica, unimos la naciente inteligencia a la capacidad manual de construir los primeros elementos de defensa que se convirtieron en elementos de muerte, y que nos fueron abriendo paso en la consolidación como especie rectora de la evolución con capacidad de destruir y modificar la sabiduría de la naturaleza.
Por eso admiro a la escultora Bogotana Doris Salcedo que presentó en Bogotá en el mes de diciembre su obra “Fragmentos” que ha sido construida con las 37 toneladas de armas fundidas y que fueron las que las Farc entregaron para facilitar la firma final de los Acuerdos de Paz. En el reportaje que publicó El Espectador”, el 9 de diciembre de 2018, es contundente cuando a una pregunta responde: “La belleza tenía que estar eliminada. Me parecía inmoral otorgarles belleza a unas armas, por eso me negué a hacer un monumento, esto es un contramonumento… No se puede glorificar la violencia”.
Y tiene que ser así. Si algo nos ha hecho mucho daño es la sistemática glorificación de las armas y de la violencia. Para no ir muy lejos sobra resaltar el ejemplo que a medida que nos acercamos a la fecha del bicentenario de la independencia prevalece ese espíritu guerrerista de batallas y muertos que más bien debería era avergonzarnos a estas alturas de la historia.
Mas adelante la escultora manifiesta: “Es realmente extraordinario tener 37 toneladas de armamento inutilizado en un piso que se convierte en espacio de arte y memoria que se abre para cualquier ciudadano y para que generaciones de artistas, presentes y futuras, sigan elaborando la narrativa del conflicto. Es una continuación de lo que he hecho siempre, que es vacío, silencio y ausencia…”
Aquí tengo que explicar que las armas fundidas fueron transformadas en lozas o baldosas de metal que constituyen el piso de 800 metros cuadrados, de una casa colonial del siglo XIX, situada a escasos 100 metros de la Casa de Nariño y distinguida con el número 6B-30. Este piso está destinado a recoger futuras expresiones artísticas que simbolicen el dolor inmenso que en el alma de los colombianos ha dejado esta guerra cruenta y fratricida. Para darles mayor significación a estas lozas metálicas, tienen múltiples martillazos dados por las mujeres víctimas de la violación sexual durante este cruel y doloroso proceso de la violencia que se anidó en los corazones de los colombianos.
Este es un piso helado como constancia del horror que generan las armas en los cuerpos inermes de los miles de colombianas y colombianos que cayeron en esta conflagración absurda y que debe responder, al paso de los años, a las viudas y a los huérfanos que preguntaran ansiosos por la vida de sus seres queridos que las armas silenciaron para siempre.
No se puede glorificar la violencia – dice – Hay que criticarla. “Recibí estas armas y no podía embellecerlas, sabiendo que han generado tanto dolor, tanta destrucción y tanta muerte. Debian ser intervenidas, pero no monumentalizadas”.
Mas adelante, es categórica cuando se expresa: “No hay vencedores. En la guerra solo hay perdedores, y todos somos sobrevivientes de la guerra”. Personalmente, espero que más temprano que tarde, todos los colombianos hagamos un profundo acto de fe en Colombia y seamos capaces de reconocer que a la guerra llegamos por el espíritu egoísta que desde los mismos tiempos de la independencia ha caracterizado a las elites gobernantes. Tenemos una deuda social inmensa con los sectores mas empobrecidos de nuestra nacionalidad y ha llegado el momento de cancelarla, para abrirle a Colombia el camino del desarrollo, de la equidad y de la Paz.