Nuestra cotidianidad permanentemente es asaltada por situaciones que compiten por nuestro asombro, la una parece superar a la otra. Como sociedad, nos hemos acostumbrado a convivir en un estado de shock sostenido, lo vivimos hace unos días con un atentado terrorista, justo después de creer que esas escenas ya las habíamos superado. Son esas coyunturas las que marcan nuestras agendas y recrean la vida nacional.
Entonces emerge el miedo, esa sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario, que revela en nosotros un sentimiento de desconfianza. Ese sentimiento nos impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se deseamos.
Por lo tanto, ante la negativa de tener que vivir así, vale la pena preguntarnos cómo una sociedad puede derrotar el miedo direccionado y evitar esa sensación de inmovilidad, incapacidad e impotencia. La respuesta a esto podría estar en la creatividad.
Ante esas situaciones de extremo dolor, han surgido los carnavales y las ferias como una representación estética de la reparación y la restauración de los imaginarios de los pueblos, siendo una de las expresiones más puras de la cultura viva y la cartarsis que podemos hacer los seres humanos ante situaciones de extremo dolor. De manera que vivir un carnaval o feria es el acto de entender a un pueblo desde sus entrañas.
Quiero citar dos ejemplos valiosos de nuestra historia, en los que los carnavales y las ferias han sido oportunidades para la catarsis en situaciones de estrés social después de un terrible escenario de violencia en Colombia: En 1956, Cali vive una de las peores tragedias de su historia con la explosión repentina de seis camiones militares acompañados por el ejército, que llevaban 1.053 cajas de dinamita provenientes de Buenaventura. Estos venían cargados con 42 toneladas de explosivo plástico gelatinoso, que se iban a emplear en la construcción de carreteras en el departamento de Cundinamarca. Después del doloroso siniestro, en el cual fallecieron 4.000 personas y otras 12.000 más quedaron heridas, la Feria de Cali nace y se desarrolla como un canal para que la tristeza en la que se encontraba sumergida la ciudad tras la explosión se transformara en una fuga de alegría.
El otro ejemplo es la Batalla de las Flores, que surge en 1903 -después de la Guerra de los Mil Días- en el Carnaval de Barranquilla a cargo del General Heriberto Vengoechea, y cuyo objetivo era conmemorar el fin de la Guerra de los Mil Días. Ya no había balas, y la creatividad y la imaginación los llevó a una narrativa maravillosa: lanzarse flores como una alegoría de vida que superaba a la muerte.
Sin duda, es el momento de desplegar una narrativa de la creatividad en vez de una narrativa de la guerra, sobre todo cuando los buenos somos más. En vez de marchas cada vez más polarizantes lo que hay que propiciar son carnavales, ferias y otros mecanismos para que emerja el lenguaje de la creatividad, en los cuales la imaginación y la esperanza nos una en torno a un relato conciliador.
Si buscamos que emerja la creatividad como elemento de sanación social, para reparar el dolor y contar un relato distinto y positivo, las opciones son infinitas: nuevos emprendimientos, nuevas propuestas ciudadanas, proyectos que conduzcan al país a potenciar lo que realmente lo hacen fuerte. Hace una semana, la sanción presidencial a favor de la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación abrió un camino supremamente interesante en donde la creatividad también converge. ¿Lo vamos a dejar pasar o lo vamos aprovechar?
Me gusta más la opción de estimular la creatividad, aunque tengo mis reparos estructurales con el enfoque de la economía naranja que adelanta el Presidente Iván Duque. No obstante, este camino es claramente más viable ahora que la demente opción de la guerra.
La guerra solo trae miseria mientras que la paz es una conquista social diaria que debemos preservar entre todos. Expresamos nuestra solidaridad con las víctimas del acto canalla que desestabilizó nuestra mente y nuestros corazones, y manifestamos nuestro pleno respaldo a las instituciones que protegen la democracia. ¡No podemos retroceder!. Pero debe prevalecer la condición de que siempre podrá quedarnos el arte y la ciencia cuando la opresión llegue.