La semana pasada la presentadora Andrea Guerrero hizo algo que no se le perdona a una mujer en el país del sagrado corazón de Jesús y es hablar duro y peor aún de futbolistas y su vida “privada”.
No más fue que ella dijera que como mujer no se sentía representada con el futbolista Pablo Armero, quien fue convocado a la Selección Colombiana de Fútbol de mayores que actualmente se encuentra en proceso de Eliminatorias para el Mundial de la categoría a realizarse en Rusia en 2018, para que una horda de palurdos y ¡oh! ¡Sorpresa! palurdas mujeres saliera furibunda a las redes sociales a defender a aquel valiente y “guerrero” prohombre que es Pablito Armero, en contra de la borracha, racista y sesgada periodista, usando los hastag #PabloArmeroEsUnGuerrero y #AndreaGuerreroRacista
¡Obvio! ¿No ve qué entre marido y mujer nadie se debe meter? ¿No ve que ella ya lo perdonó? ¿No ve que el ya pagó 1500 dólares de fianza en EE.UU por “eso”?
Sí, lo que se ve es la razón del porque tenemos los niveles de feminicidios, violencia intrafamiliar y violaciones sexuales: la validación endémica de la violencia física, psicológica, sexual y económica contra la mujer colombiana, sobre la que el papel del Estado en sus distintos niveles territoriales poco o nada puede hacer.
Claro. Es válido darle en la jeta a la mujer, manosearla, ultrajarla, por supuesto, siempre y cuando no se llegue al extremo de quitarle la vida, porque eso sí da cárcel.
Por ello es que casos emblemáticos como el de Rosa Elvira Cely, Yuliana Samboní o el del asesino en serie Fredy Valencia, mal llamado “monstruo de Monserrate”, generaron conmoción, revuelo en redes sociales y mítines en la calle: porque en la particular mente del colombiano promedio está bien darle puñetazos a las mujeres, que no genera un carcelazo largo, pero no está bien ir a la cárcel por un delito grave como un homicidio, cuya condena puede ser de años.
¿Puede ser posible que en un país se amedrente y se censure a alguien por exigir a los deportistas, ejemplo de vida por donde se les vea, que representen un cambio en el actual canon de valores y que especialmente no sean validadores de la violencia de género?
Sí, y eso fue justamente lo que vivió Andrea el día jueves 23 de marzo: amenazas de violaciones, señalamientos de ser sobreactuada, de ser entrometida, de hacer el ridículo, de estar en el país equivocado.
Andrea argumentaba su rechazo a la presencia de Armero ya que como mujer, madre, hermana e hija se sentía ofendida por la presencia de un futbolista que lastimosamente ha completado su fama, basada en el meneaito particular que tiene al bailar los goles de la Selección Colombiana de Fútbol, al “menearle” la mano a su esposa, cortándole el cabello y golpeándola, delito por el que tuvo que pagar fianza en los EE.UU, un argumento más que valido en un país en el que la mayoría de los niños consideran como héroes a Falcao, James, Cuadrado y hasta al propio Miñía.
Colombia desde hace algunas décadas, fruto de las luctuosas noticias sobre muertes por la guerra fraticida que hemos vivido, ha visto en el deporte un aliciente y en los deportistas un ejemplo a seguir, lejos de la desidia del conflicto armado y de la sobrevivencia a la desigualdad, por lo que no es estúpido o ridículo exigirles que sean coherentes con la posición que han adquirido y en la gran mayoría de los aspectos de su vida privada, sean verdaderos ejemplos, especialmente para las futuras generaciones.
Finalmente, firmo esta columna en mi calidad de Coordinador Nacional para asuntos de Paz de la Organización Nacional de Juventudes Liberales del Partido Liberal Colombiano, porque creo firmemente que la paz positiva, aquella que se construye a partir de la reducción de la violencia estructural y cultural no se puede lograr si guardamos silencio cómplice ante los evidentes atropellos hacia la mujer, por ello, #ArmeroNoEsmiHéroe.