Fue de la mano portentosa de José Eustasio Rivera, en esa novela formidable “La Vorágine” que pudimos conocer, siendo muy jóvenes todavía, la inmensidad de ese sueño verde, máximo altar de la naturaleza y consignado mensaje a la posteridad: “¡Ah selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina!… Tu eres la catedral de la pesadumbre, donde dioses desconocidos hablan a media voz, en el idioma de los murmullos, prometiendo longevidad a los árboles imponentes, contemporáneos del paraíso, que eran ya decanos cuando las primeras tribus aparecieron y esperan impasible el hundimiento de los siglos venturos…”
Este mundo mágico fue el que se sacudió con fuerza telúrica cuando el grito de terror heló la sangre: “Arde la selva”. No podía ser. No podíamos darles crédito a nuestros ojos. Pero ahí estaba el hecho doloroso e inmodificable. Los inmensos árboles centinelas perennes de nuestra travesía por la tierra, envueltos en las llamas y su estruendosa caída hacia de todo esto un cuadro infernal.
Y los animalitos de la selva tratando infructuosamente de escapar de las llamas y las aves cantarinas caían víctimas del fuego homicida. Nunca había visto un panorama tan dantesco y tan cruel.
Y el hombre, y las comunidades indígenas que han habitado esas selvas prodigiosas en agua y alimentos naturales por centenares de años, muchos años antes de que apareciera la invasión española y portuguesa que comenzó a romper el delicado equilibrio que los indígenas habían logrado con la madre naturaleza.
En el entretanto, grandes columnas de un humo negro y espeso cubrían los cielos de Brasil, incluyendo sus principales ciudades, dando una sensación del desastre, por que estas columnas avizoraban mas daño y deterioro al cambio climático con las graves consecuencias que sobre los polos, las aguas marinas y las diferentes especies que pueblan la Tierra, indiscutiblemente traerá.
Sin embargo, es necesario saber quiénes son las manos culpables y donde están, las causantes de esta inmensa catástrofe ambiental. Los incendios en el corazón de Suramérica han generado profundo desconcierto e impuesto medidas para mitigar las graves afectaciones.
Indiscutiblemente, una de las causas del fuego son las quemas provocadas para desforestar los grandes lotes de tierra, con el objetivo de convertirlos en áreas de pastoreo de ganado vacuno, o potreros como los llamamos en Colombia. También, para dedicar estas tierras a la minería, los petróleos, a la agricultura de grandes extensiones como lo están haciendo transnacionales en cultivos de soya transgénica o de palma aceitera.
Estas grandes quemas son provocadas para desforestar un terreno y poderlo dedicar posteriormente, ya como tierra “civilizada” en incrementar la ganadería intensiva que tantos males y daños está causando a la madre tierra,
Industrias como la explotación maderera, la minería, la ganadería, la agricultura y la explotación petrolera al avanzar hacia la zona selváticas y extender sus terrenos, impulsados por las políticas del presidente Jair Bolsonaro se convierten en claros depredadores de la naturaleza y son los responsables directos de las quemas que están acabando con la Amazonia, como el más grande pulmón del mundo.
De acuerdo con WWF – Fondo Mundial para la Naturaleza – entre los años 2000 y 2013, se aumentaron en 22.9 millones de hectáreas, las tierras de la selva amazónica destinadas para pastos en el caso de ganadería y grandes cultivos de soya en el caso de la agricultura.
Hacemos un llamamiento a nivel mundial para que la Selva Amazónica sea declarada Patrimonio de la Humanidad y nadie pueda cortar ni un metro de su frondosa espesura. Ella es el pulmón del mundo.