Tengo la profunda certeza que en la inmensa mayoría de los manifestantes del paro del 21N latía en su corazón el respaldo total por los Acuerdos de Paz y por la construcción de una sociedad más humana y solidaria que la que nos ha tocado hasta ahora. Es inexplicable la actitud engreída del gobierno nacional al desconocer todo el ABC de los problemas y de las esperanzas que guardan los sectores más humildes y excluidos de este ofensivo sistema político y social, que nos rige.
Los manifestantes querían decirle al gobierno que, si ya se había puesto punto final a esa contienda de violencia degradada en los campos de Colombia, llegó el momento de poner en práctica lo que se había discutido, aprobado y firmado en las conversaciones de La Habana y no continuar olímpicamente desconociendo, como siempre, los compromisos firmados de los Acuerdos de Paz, que son sagrados.
Entonces, por eso salieron a parar y a marchar hacia la plaza de Bolívar. No uno ni dos sino centenares, miles de mujeres y hombres, desafiando la lluvia y las desfavorables condiciones climáticas, para decirles al poder central que aquí estaba la fuerza, el musculo y la inteligencia que hacen posible la verdadera Colombia, la de todos los días. Que lo hacían basados y respaldados en ese Contrato social firmado y aprobado desde el año de 1991 y que, en vez de cumplirse, todos los días buscan, “los politiqueros de turno”, quitarle la fuerza transformadora que le imprimieron los millones de votantes en el año de 1991 y que dio como resultado nuestra Constitución Política.
Ellos marchaban para exigir un “No a la violencia”. Para decir a los cuatro vientos que nuestro país está cansado de la violencia y del odio y para reclamarle a un poder indolente los derechos humanos, sociales, políticos, ambientales, que han dicho cumplir y que en la práctica diaria no cumplen.
No hay que olvidar que los pueblos se cansan de tantas mentiras, de tantas promesas incumplidas y deciden un día hacer justicia frente a tantos atropellos. Los ejemplos están a flor de piel de la historia y uno esperaría que nuestros gobernantes hayan estudiado y asimilado estas experiencias, como la emblemática Revolución Francesa y la Revolución Leninista contra las viejas y desgastadas autoridades zaristas.
De allí nacieron nuevos mundos, nuevas relaciones humanas. Las fuerzas feudales y terratenientes perdieron el pulso y Europa conoció un despertar que fue caracterizado como el Siglo de las Luces.
En Colombia se siente un nuevo despertar. Los jóvenes, que son el motor de la transformación, ya no creen ni piensan en salidas violentas o armadas. Fue muy diciente que en medio del paro decenas de músicos se congregaran con las gentes para a través de sus instrumentos y notas musicales llamaran a ratificar la Paz, el respeto ciudadano y el sueño que es posible construir una mejor Democracia, lejos del odio y la violencia.