Escribo esta columna con un dolor empozado en mi alma. Los asesinatos sistemáticos de los líderes sociales que ocurren en toda la geografía nacional, me llenan de dolor. No soporto, como mujeres y hombres buenos como el pan, serviciales a sus olvidadas comunidades son todos los días asesinados con sevicia, frente a sus agobiadas e indefensas familias, sin que se escuche una sola voz de protesta desde el alto gobierno. Hasta allá no llegan estas desgarradoras noticias.
Pienso mucho en estos líderes auténticos de la sociedad. Pienso en sus preocupaciones diarias y, sobre todo, pienso en ese temor que les atenaza la garganta cuando cae la noche en sus humildes viviendas, situadas en la soledad terebrante de los campos y zonas suburbanas. Los pienso y los veo tan solos, tan indefensos, olvidados de un Estado cobarde e impotente que poco le importa su suerte.
Esa es parte de nuestra gran tragedia. Esta sociedad tiene catalogados a unos colombianos como de buenas familias a quienes brinda todo su apoyo y protección. Pero, por otro lado, tiene catalogados a otros colombianos como de familias pobres, necesitadas, para quienes no brinda ningún apoyo ni protección. Esto algún día, óigase bien, se tendrá que acabar así tengamos que pagar con ingentes sacrificios. Pero no más colombianos de primera y segunda clase. La Constitución Política es muy clara en este sentido y concede los derechos inalienables de todos y todas las colombianas.
Es realmente pasmosa la indefección en que se encuentran los líderes sociales y de Derechos Humanos, olvidados por el gobierno de Duque que poco interés muestra por sus dificultades y amenazas. Hasta la Solidaridad Internacional, tan efectiva y preocupada por su suerte y sus investigaciones, en otros tiempos, ya parece cansada y doblegada por la arremetida brutal y sanguinaria de los asesinos contra los líderes sociales.
Ahora pienso en la estructura mental de los asesinos. En los intereses patológicos que los asisten y guían. Es la ausencia profunda de los valores éticos que dependen de las condiciones específicas de la persona y del ambiente en que vive y se desenvuelve. El ambiente donde se desarrollan los asesinos de líderes está marcado por el abuso en sus primeros años, seguido de una autoridad perversa, marcada por castigos corporales exagerados y terribles, sin ninguna educación en la niñez y con una vida familiar disfuncional que impide el desarrollo de habilidades para socializar, tomar decisiones y enfrentar dificultades.
Este es nuestro drama como una sociedad que está enferma. Que crea y recicla constantemente a sus propios asesinos que han aprendido el camino del crimen y la violencia. ¿Dónde están las estructuras médicas y pedagógicas para tratar este cáncer social que nos consume a diario?
Solo los gobiernos que entiendan la debacle social que vivimos podrán orientar sus mejores esfuerzos y presupuestos para corregir, desde la cuna, el vacío ético y moral que presentamos como sociedad.
Ese día sobrarán las cárceles y No tendrán que seguir muriendo injustamente nuestros líderes sociales, que tanto necesitamos como sociedad, al decir del sacerdote jesuita Francisco de Roux.