Un 8 de marzo de 1857, un sindicato de mujeres costureras se tomaba las calles de Nueva York para exigir mejores condiciones laborales.
53 años después, en 1910, una valerosa mujer socialdemócrata, Clara Zetkin, quien lideraba para ese entonces la Oficina para la Mujer del Partido Socialdemócrata de Alemania, promovió la creación del día Internacional de la Mujer, en conmemoración de aquellas mujeres anónimas que lucharon hasta la muerte por dignidad e igualdad.
Hoy por hoy, mientras que en muchos países del mundo el día 8 de marzo es un día festivo, en Colombia vivimos una particular «fiesta» donde el comercio centra sus esfuerzos por “divertir” a las mujeres en “su día”.
A todas luces la actividad comercial impulsa las ventas para inicios del mes de marzo, algo que definitivamente aporta a la economía nacional, pero dicha acción ha desdibujado el verdadero sentido del 8 de marzo.
Concuerdo con que la diversión es una actividad necesaria para el ser humano, pero empleada como lo es en días como hoy y otros tantos, se convierte en un sustituto del derecho a la equidad, a la igualdad, reduciendo los derechos fundamentales a un objeto transaccional, banal, temporal.
Divertirnos en el día de la mujer nos hace olvidar que de acuerdo con el Informe Masatugó de Medicina Legal, entre 2008 y 2014 murieron cuatro mujeres diarias de manera violenta en el país del Sagrado Corazón, que para esos años, 6 de cada 10 mujeres fueron asesinadas a tiros, que 3 de cada 10 mujeres asesinadas fue por causa de la violencia intrafamiliar y que curiosamente en el mes de mayo, “el mes de las madres”, matamos más mujeres.
Divertirnos un 8 de marzo hace que a las mujeres se les olvide solo por unas horas (lo que dura la farra en la mayoría de los casos), que una democracia sin ellas está incompleta, que Colombia es una sociedad que las mata, solo porque son mujeres, que las sociedades colombianas son sociedades machistas y asesinas donde feminizar a un hombre es la más alta afrenta que puede existir («¿por qué llora? ¡No sea niña! ¡Los hombres no lloran! ¡Sea varón!”).
Sin embargo, y a pesar de que la colombiana es una sociedad asesina de mujeres, aún hay espacio para soñar.
Soñar con que pronto los hombres recordemos todos los días del año la labor de la mujer. Soñar con que compartiremos en igualdad la crianza, el mantenimiento del hogar, el disfrute mutuo.
Soñar con que seremos justos con las libertades de las mujeres y solidariamente construiremos una sociedad equitativa.
Soñar. Ese es el primer paso hacia la utopía, el segundo es despertar y decidir caminar hacia ese nuevo horizonte.