Es inexorable, a medida que avanzamos en la construcción de la Paz y en la implementación de los Acuerdos de La Habana, todas los estigmas y cicatrices de la guerra van quedando atrás, con su cohorte de tragedia y llanto que tanto acompañaron nuestros días. Pero hay uno que tiene especial significación para la sociedad colombiana y es el conocido con el terrible nombre de “minas quiebrapatas”.
En la maniquea concepción de hacerse daño, los ejércitos enfrentados idearon, en un muy mal momento, esta mortífera y sanguinaria arma, que a la hora de la verdad poco daño hacía a los combatientes, pero si, era mortal en contra de la indefensa población campesina, representada en los niños, mujeres y trabajadores del agro. Por muchos años el estallido de estas minas sembró de luto a las familias campesinas, quienes, sin saber dónde estaban localizadas, las pisaban accidentalmente, generando grave daño en las piernas de los indefensos campesinos y en muchísimos casos la muerte.
Ahora, hemos recibido con especial agrado las noticias que vienen desde el Orejón, vereda del municipio de Briceño, norte de Antioquia, lugar que se volvió familiar para los colombianos y sitio escogido por el Gobierno nacional, las Farc—Ep y la Comunidad Internacional para iniciar un proyecto piloto de desminado, que permitiera tres cosas:
- Demostrar por parte de las Farc y el Ejército colombiano que efectivamente están maduros para iniciar el proceso de reconciliación nacional.
- Que ha llegado el momento de terminar con el dolor y tragedia de los sectores campesinos.
- Replicar la experiencia y aprendizajes de esta por todo el territorio nacional donde hayan “minas quiebra patas” para desactivar.
Al frente de esta delicada operación el gobierno nacional destaco a un excelente militar y hombre público, el General Alfredo Colon Torres, quien dio muestras suficientes de ser un colombiano profundamente comprometido con la Paz y con el futuro civilista de nuestra nación. Su prematuro retiro de esta responsabilidad me produjo mucha tristeza, pero me tranquilicé al saber que lo hacía por razones exclusivamente personales.
Como lo anota el editorial de El Tiempo, la buena noticia no se queda hasta aquí: Hoy se respira esperanza, en el lugar que por años fue azotado por el conflicto, gracias a que la presencia integral del Estado se ha logrado transformar la vida de las 24 familias que lo habitan con acciones encaminadas a mejorar sus condiciones materiales de vida y fortalecer el tejido social. Aquí hay algo central: La institución militar ha ido más allá de la simple presencia de su camuflado verde oliva, como ha ocurrido en otros territorios, allí, para satisfacción de todos, se ve y siente la intervención holística de la Fuerza Pública, para beneficio de la población que habita el poblado en referencia.
Estamos ante una experiencia nueva, positiva y pedagógica, de profundas repercusiones en nuestro inmediato futuro. Todos los actores que están comprometidos en la causa sublime de la construcción de Paz, desarrollan un trabajo multidimensional y armónico, donde sobresalen el Ejército Nacional, la Policía Nacional y las Farc-Ep y otras entidades estatales y con el desminado humanitario que permitió ubicar y desactivar docenas de explosivos de este tipo.
Los esfuerzos del trabajo sinérgico han comenzado a dar sus excelentes resultados con la gratificante experiencia de El Orejón, estamos convencidos que se irradiará como buena semilla en tierra fértil y más temprano que tarde, en los muchos municipios que vivieron la dura y amarga experiencia de la guerra, verán crecer los nuevos proyectos ciudadanos que garantizaran sin duda un buen y mejor vivir para la gran familia campesina.
Por eso decimos: Los estigmas de la guerra están quedando atrás afortunadamente.