Con este tercer artículo cerramos la serie de “La violencia como marcador genético”, iniciado hace aproximadamente un mes y donde analizamos los diversos puntos de enfoque que nos acercan al planteamiento de la existencia de un marcador genético en nuestro código helicoidal del ADN, que determina la violencia. También escuchamos y articulamos a esta tesis elementos importantes de reflexión que se dieron a lo largo de nuestro pedagógico debate.
Permítasenos ahora remarcar la idea que en ningún momento hemos sostenido que la violencia sea 100% de origen genético. Todo lo contrario, planteamos desde el principio que los intereses políticos y económicos acrecentados por la explotación de la lucha de clases se convierten en los determinadores de la violencia y de la guerra.
Pero cuando observamos a una sociedad como la colombiana, que ha sufrido por siglos el rigor de la violencia y comienza ahora a encontrar los caminos esperanzadores de la Paz, en vez de acogerlos y estimularnos como corresponde, más bien decide, conscientemente, cerrar esos espacios de convivencia y retomar la violencia y la guerra, si creemos que hay algo más allá de esos intereses políticos.
Por estas razones planteamos la tesis, para ser analizada y discutida, que, en la múltiple gama de los marcadores genéticos, existiría un marcador genético que nos lleva a negar la condición pedagógica del conflicto y más bien se inclina por el tratamiento violento del mismo.
Ahora tendríamos la pregunta más lógica y compleja según estos planteamientos: ¿Es posible mejorar o modificar el marco de referencia del marcador genético? Desde luego que sí.
Debemos comenzar por entender que una de las coyunturas más desconcertantes de nuestra vida es aquella en que nuestra razón se ve desbordada por el sentimiento y en los episodios de la ira irracional y la violencia, esta situación ocurre con demasiada frecuencia. Llegar a comprender la interacción de las diferentes estructuras cerebrales que gobiernan nuestras iras y nuestros temores – o nuestras pasiones y nuestras alegrías – puede enseñarnos mucho sobre la forma en que aprendemos los hábitos emocionales que socavan nuestras mejores intenciones, así como también puede mostrarnos el mejor camino para llegar a dominar los impulsos emocionales más destructivos y frustrantes y que son los que nos conducen a la violencia, al odio y a la guerra.
Pero de todo lo que hemos dicho lo más importantes es que el conocimiento y el manejo de estos datos neurológicos abren la posibilidad real de construir los hábitos emocionales de nuestros hijos en el presente futuro.
Si eso lo podemos hacer realidad, nuestros hijos tendrán la posibilidad a su vez de construir los hábitos emocionales de sus hijos y estos lo harán con sus hijos repitiéndose este ciclo generaciones tras generaciones que son las que van teniendo la influencia de ir modificando los patrones emocionales donde está inscrita la violencia.
De allí surge la importancia de una educación que incluya la enseñanza de habilidades tan esencialmente humanas como el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía, el arte de escuchar, resolver conflictos y colaborar con los demás.
Quiero cerrar esta idea con el planteamiento de la existencia de una mutación en el gen de la monoaminooxidasa, responsable de la herencia genética de la violencia.
Los neuro investigadores que se dedican a desvelar la complejidad de la genética de la violencia han demostrado en análisis de sangre de asesinos confesos en los EE.UU. que poseían una mutación en el gen de la monoaminooxidasa, una enzima encargada de degradar y eliminar la dopamina y la serotonina, dos neurotransmisores que, desembocan es rabia, agresividad y violencia.
Esta mutación se ha encontrado en muchos asesinos encarcelados por llevar a cabo “delitos violentos”, en los EE.UU. y la Honorable Corte Suprema de Justicia está valorando muy académicamente estas nuevas situaciones.
El gen se encuentra en el cromosoma X, por lo que es más común encontrar los efectos de la mutación en hombres, debido a que, en mujeres, que pueden ser portadoras, el efecto queda enmascarado ante la presencia de otro cromosoma X sano.
Con sobrada razón se ha dicho que los investigadores se gastaron todo el siglo XX para desvelar y comprender el código genético y que el siglo XXI será para desvelar el nacimiento del pensamiento desde sus bases neurofisiológicas. En este punto podremos dilucidar la íntima conexión entre violencia y genética.
NOTA DE DOLOR. No tienen alma los asesinos de María del Pilar Hurtado quien fue acribillada a balazos frente a su hijito de escasos nueve años, en Tierralta (Córdoba). Solicitamos con vehemencia la presencia urgente de la Corte Penal Internacional (CPI) antes que los barbaros acaben con la vida de los lideres sociales y de Derechos Humanos y terminen desquiciando el Estado social de derecho.
¡HONRA ETERNA A SU MEMORIA!