Afirmaba Don Alfonso López Michelsen que la inestabilidad de Colombia y de América Latina en el siglo XIX se debía en gran medida por el tránsito de las instituciones católicas, basadas en la teología de la pena, la pobreza y las buenas obras como mecanismo para garantizar el cielo, a las instituciones calvinistas, basadas en la doctrina de la predestinación, donde la salvación viene por gracia y está exclusivamente determinada por Dios.
Sin embargo, le faltaba a Don Alfonso en su discurso, la pentecostalización que se vive tanto en Colombia como en América Latina desde la década de 1970. El cambio institucional del que hablaba el Expresidente, está basado en un clásico de la sociología: “La ética protestante y el espíritu capitalista”(1904-1905) de Max Weber, que deja claramente definida la influencia de la ética de una rama del protestantismo, el calvinismo ascético, conocido popularmente como “puritanismo”, en la construcción del llamado “espíritu” (“ethos”) del capitalismo moderno.
Weber en su disertación, postuló que la ética del puritano estaba basada en la teología de la predestinación, resumida en los llamados “cinco puntos del calvinismo” (iniciado por Juan Calvino y sus discípulos): depravación total, elección incondicional, expiación limitada, gracia irresistible, perseverancia de los santos, puntos que en su momento, fueron la respuesta a los “cinco artículos del arminianismo” (iniciado por Jacobo Arminio y sus discípulos), que fueron el hecho convocante del Sínodo de Dort en 1619: libre albedrío, elección condicional, expiación ilimitada, gracia resistible, seguridad condicional.
Según Weber, la teología de la predestinación contrario al fatalismo que pudiera generar (la humanidad está predestinada a ser o no ser salvada), generó un sentimiento contrario al permitir la comprobación práctica a través de la dedicación a sus labores, del que es salvo, siendo el éxito de las mismas, incluyendo el financiero, señal innegable de la gracia y de aquel que al ser salvo, empieza a vivir como santo en la tierra, sin dejar de tener la vista puesta en la eternidad.
Ahora, si aplicáramos, así sea de manera superficial la misma lógica a las acciones de los pentecostales y neopentecostales, especialmente de los colombianos, la situación se torna difícil, dado que ninguno de sus líderes aceptan que evidentemente son herederos de Jacobo Arminio.
El movimiento pentecostal que puede dividirse en pentecostalismo histórico, clásico, unicitario y neopentecostalismo, siendo el pentecostalismo clásico, el más representativo y difundido en el mundo a través de organizaciones tales como las Asambleas de Dios, la Iglesia Cuadrangular y la Iglesia Wesleyana, tiene sus orígenes en predicadores metodistas, como Charles Fox Parham (1873-1929), lo cual los convierte inmediatamente en seguidores de las doctrinas de Arminio. Recordemos que John Wesley (1703-1791), fundador del metodismo en el seno de la Iglesia Anglicana, era un abanderado de la doctrina arminiana del libre albedrio y de la conversión de los anglicanos, clara evidencia de que estos habían caído de la gracia, al resistir a la misma.
Entonces, si la salvación es efectuada mediante esfuerzos conjuntos entre el hombre y Dios, y dependen especialmente de la decisión que tome el primero sobre la oferta del segundo, se glorifica de manera particular las labores humanas por ser humanas, abandonándose la idea de que aquellas deben ir alineadas ad maiorem Dei gloriam, para mayor gloria de Dios.
Por ello, no es raro ver que las vacaciones a París Francia del señor Miguel Arrazola y esposa y los hombres macanudos que tienen por escoltas, sean ejemplo de aquello que un “hombre renovado” debe tener en la tierra.
Ahora bien, hay que dejar plenamente identificado que una cosa son los pentecostales y otra los neopentecostales o carismáticos.
Los primeros, fieles a los postulados del metodismo arminiano-wesleyano son socialmente los puritanos de nuestra época: abstraídos de la realidad, con el pensamiento puesto en su propia salvación, rechazan todas las acciones que pudieran ser interpretadas como superstición, idolatría, erotismo y en general acciones que representen pecado y “ocasiones de caer” de la gracia divina (divorcio, matrimonio entre parejas del mismo sexo, juegos de azar, bebidas alcohólicas); mientras que los segundos si bien conservan acciones y discursos de los primeros, están más involucrados en las relaciones de poder (recordemos su participación decisiva en la campaña por el plebiscito por la paz), incluyendo el dinero y el prestigio social.
Así, éticamente los pentecostales, especialmente aquellos neopentecostales, liderados por los secuaces y colegas de personajes como Arrazola, Oswaldo Ortíz y similares, se alejan del puritanismo calvinista y su ad maiorem Dei gloriam, agitando las banderas de una gloria pasajera basada en los beneficios financieros personales y en las intervenciones divinas dirigidas mediante plegarias y huelgas de hambre, en una evidente demostración de egoísmo moral y utilitarismo.
La cuestión ética de los pentecostales y neopentecostales en América Latina es una que merece largas disertaciones, dada su actual militancia teocrática aparentemente correcta y que no es fácil analizar en tan cortas líneas, sin embargo, lo que sí es viable afirmar es que la tensión entre las instituciones calvinistas y las instituciones arminianas, entendiendo por instituciones las reglas que modulan las interacciones humanas, nos llevará inevitablemente a otra crisis como la vivida en el siglo XIX.