Conocí a Humberto de la Calle en el fragor de la lucha electoral de 1994 cuando se definía su aceptación a la vicepresidencia de Ernesto Samper Pizano. Eran los tiempos en que acompañábamos con decisión a Horacio Serpa en sus esfuerzos por conformar un verdadero perfil socialdemócrata al interior de la campaña y donde insistíamos en construir una verdadera política de dialogo y de Paz con las organizaciones insurgentes. Muchos amigos intelectuales de centro-izquierda acompañábamos estas reuniones y expectativas, recuerdo entre otros a Ramón Jimeno, Alfredo Molano y a Sergio Fajardo.
En medio de la dura contienda electoral pude entrever la solidez constitucional de su pensamiento y la excelente formación académica que expresaba en todas sus intervenciones, este ilustre hijo de la prospera población cafetera de Manzanares, Caldas, conocida como la Ciudad Cordial. Lo había visto destacarse cuando como Ministro de Gobierno del presidente Gaviria lideró con excelente manejo la construcción y elaboración de la Constitución del 91 que dio serena sepultura a la Constitución del 1886, que fue la que desato la Guerra de los Mil días y la guerra civil del siglo XX.
Allí su aporte y su vocación demócrata fue definitiva para ganar el concepto fundamental de Paz, como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento de todos los colombianos. Este derecho, pedido insistentemente por las amplias mayorías nacionales, cansadas de la guerra y de la violencia, fue el que le permitió, muchos años después, lograr la firma de los Acuerdos de Paz entre el gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En su juventud en Manizales, tiempos de rebeldía y un alma ansiosa de logros sociales para los humildes y desplazados de la tierra lo llevó a compartir sueños de renovación y crítica con los Nadaistas. Gonzalo Arango, Jotamario Arbelaez y otros ensoñadores poblaron su alma y su pensamiento de una poesía nueva, antisistema, contestataria que abrió las puertas a los nuevos creadores de sueños renovados de nación y de amor desgacetillado.
De él guardo el recuerdo caballeroso que tuvo al invitarme a la presentación de sus Credenciales como Embajador de Colombia ante el Reino de España, en Madrid. Yo estaba como Embajador de Colombia en Budapest, Hungría, y respaldaba como respalde hasta el ultimo día de su gobierno al Presidente Ernesto Samper. El hizo abstracción de esa circunstancia y en fraternal conversación telefónica me ratificó la invitación. Responsabilidades diplomáticas adquiridas ante el grave conflicto de los Balcanes en Yugoeslavia, me obligaron a excusarme de asistir.
Cuando pensaba en retirarse de las trincheras políticas, el Presidente Santos lo llamó para encargarle la misión mas significativa y vital para el futuro de nuestra nación, presidir la delegación gubernamental que debía poner fin al sangriento enfrentamiento con las FARC. Decidió aceptarlo frente a la complejidad de los tiempos, consciente que la nación no puede seguir feriando el presente y el futuro de nuestros jóvenes, en la locura paranoide de la violencia y la lucha armada en la política. Fue claro al advertir que era el a quien las múltiples fuerzas del destino colocaban al frente de una profunda disyuntiva: el abismo social para nuestra nación o el camino complejo que nos debe llevar a la cima de nuestras profundas y definitivas reivindicaciones políticas y sociales, y consciente apostó a la Paz, ejercicio sublime que le reconocerán los años venideros.
Hoy ad portas de decidir que Presidente queremos para sortear estos procelosos tiempos yo quiero decirles, muy honestamente, que voy a votar por Humberto de la Calle para que nos siga conduciendo por el camino de la Paz.