El pasado 15 de agosto, después de tres años, en la Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá, se volvió a vivir una pedrea.
De acuerdo con notas de prensa y algunos testimonios en redes sociales, fueron iniciadas por un grupo de capuchos/encapuchados que adornaron las clásicas paredes de los edificios de la entrada de la calle 26 con frases como “Somos FARC-EP” “Alfonso te traicionaron”.
El tropel físico duró cerca de tres horas, pero el tropel en redes duró más de 12.
Y es que después de tres años de ausencia de pedreas en la Nacional de Bogotá, en donde pareciera que los tropeles fueran cosas del lejano pasado, hoy de nuevo se plantea (¡quien lo creyera!) la cuestión de la agresión física como forma legítima de protesta.
Muchos y muchas salieron a defender, especialmente por Facebook, la acción beligerante de los “compitas capuchos”, argumentando que el “derecho a la violencia” es legítimo en estos momentos de la vida nacional y afirmando que “revolución sin violencia es reformismo”, por lo que se hace necesario seguir en esa lucha contra el “opresor sistema”.
A muchos les valió poco que se les hablara sobre la imperiosa necesidad de avanzar en la reconciliación social y política, luego de la reincorporación de los ex alzados en armas, que las marchas y los mítines ahora se hacen de manera masiva y sin agresiones físicas, algunas veces con velas y de noche, dónde muchas personas de manera autónoma asisten a encontrarse en el espacio público para manifestar su descontento.
Para ellos y ellas, estudiantes universitarios, la agresión física es la única manera de manifestación.
Y en ese contexto surge la pregunta de si estamos cerca o ya vivimos un proceso similar al de reclutamiento que hacen las facciones terroristas islámicas entre jóvenes europeos y estadounidenses, que alimentan sus filas engañando mentes de papel a través de ideologías radicales misantrópicas.
Si ello es así, la espiral de violencia que vendrá sumada al posible fracaso de la negociación con el ELN, desatará un nuevo episodio de bandolerismo, con lo que el proyecto de la derecha colombiana de mantener cautivo al pueblo bajo la bandera del miedo se perpetuará en la psiquis del colombiano promedio.
Ojalá y los compitas fanáticos de izquierda sepan manejar armas o hayan tenido formación militar o la tengan prontamente para que más temprano que tarde, se vayan a dar bala en lejanos caseríos colombianos y hagan por fin realidad su caníbal sueño de muerte y sangre.
Mientras ello sucede, los “aburguesados”, “lamesuelas del establecimiento” seguiremos en la labor educativa de aportar a la formación del pueblo llano, del chusmero, del excluido que no quiere saber de muerte sino de vida, para que prontamente veamos en el horizonte un cambio, no por las armas que alimentan a la mafia transnacional, sino por las almas que se levantan contra los embates de la oscuridad.