Recuerdo con especial admiración la figura serena y ecuánime del presidente Alberto Lleras Camargo. Era un estadista preocupado en lograr salidas democráticas para Colombia, país que venía de recorrer el largo camino de la violencia liberal conservadora donde habían inundado de sangre todo el territorio nacional y, además, había soportado la dictadura Rojas pinillista que cubrió de luto la vida de la Universidad Nacional, en el año de 1954.
Era un hombre ético con la sencillez y la humanidad que expresan los seres de grandeza de corazón y fieles cumplidores de sus obligaciones civiles y administrativas. De proceder pulcro, honrado y muy responsable de todas sus decisiones. Justo y equitativo en la extensión del término, atributos que lo llevaron a ser considerado un hombre y un presidente honrado y decente. Jamás tuvo la más mínima referencia a ningún acto deshonesto en su brillante hoja de vida, la que lo llevó a la presidencia de la república en dos ocasiones (1945 a 1946 y 1958 a 1962), y a ser Secretario General de la Organización de Estados Americanos OEA (1947 a 1954), ni jamás se vio envuelto en maniobras turbias que tuvieran que ver con los dineros sagrados del presupuesto nacional.
Todos estos recuerdos se vienen a mi memoria en estos días cuando observo al presidente Duque, envuelto en oscuros manejos y rodeado de cuestionados personajes que solo buscan su beneficio personal, implicando al presidente en sucias maniobras y contratos leoninos, donde buscan desangrar el limitado presupuesto público en oscuras contrataciones, como la de suntuosas camionetas para el uso de la presidencia, costosas tanquetas y municiones para aumentar la capacidad represiva del Esmad, y lo peor de toda esta deshonra es un contrato absurdo para mejorar la imagen publicitaria del primer mandatario, por un valor de 3.350.000.000.oo,tres mil trescientos cincuenta millones de pesos, cuando el hambre y las necesidades más apremiantes arrinconan contra la pared a sectores desprotegidos de la sociedad colombiana por causa del coronavirus.
Allí no se detiene nuestra preocupación. El presidente Duque está pisando los dinteles del código penal, al ordenar que se disponga de recursos públicos de una apropiación presupuestal con destino específico para atender gastos inherentes a la Paz, lo que le podría acarrear un peculado por la destinación, donde los recursos se comprometieron para el mejoramiento de la imagen del presidente, mas no del gobierno, no corresponde a lo ordenado por la Ley anual de presupuesto. Aspecto sobre el cual sería interesante escuchar la opinión de los estudiosos de las finanzas públicas.
Se observa entonces una profunda diferencia entre el ejemplo del presidente Alberto Lleras Camargo, comprometido en el gobierno que dirigía con el respeto a lo público y la preocupación del presidente Duque, por su imagen, en una actitud plena de megalomanía, convirtiéndose este vergonzoso hecho en una “cachetada al pueblo colombiano” como lo definió el editorial del diario El Espectador.
Los colombianos de correcto proceder esperamos que el presidente Duque, actúe dentro de la ética institucional y ordene a sus subalternos echar para atrás todo lo actuado en estos inconvenientes contratos, y que se respete la destinación de los recursos hacia la Paz y los otros se reorienten de acuerdo con la ley orgánica de presupuesto para suplir las necesidades urgentes derivadas del Covid 19.