Si algo me preocupa es la testarudez de los sectores dirigentes del país. Por todos los medios, las organizaciones médicas y protectoras del medio ambiente han hecho conocer sus importantes y puntuales estudios, donde demuestran el poder cancerígeno y teratogénico del Glifosato, y a pesar de estas recomendaciones, aquí persisten en el loco empeño de usarlo, nuevamente, para fumigar bosques y ríos donde en forma desafortunada y por situaciones muy conocidas los campesinos se han visto obligados a cultivar la coca.
Esta testarudez también se ve reflejada en la esquizofrénica vocación de querer romper nuestras sagradas montañas para extraer el vil metal “estiércol del diablo” como llamaron al oro. Las comunidades ya presienten el daño y no van aceptar, por ningún motivo, que gobiernos y corporaciones extranjeros vengan a robarles el agua pura para cambiársela por aguas inmundas, llenas de cianuro y mercurio portadoras de la muerte y desgracias por mil años más sobre la tierra.
En la Universidad no hemos podido comprender la razón por el cual, estos sectores dirigentes, reclaman con tanta vehemencia el uso del venenoso Glifosato para fumigar por vía aérea, sin Dios y sin ley, las tierras colombianas cultivadas de coca, cuando realmente existen métodos más eficaces y menos dañinos que el que estamos criticando.
Detrás de los cultivos de coca se esconde la dura realidad de nuestros olvidados campesinos. Viven en las profundidades de la selva, sin ninguna presencia o compañía del Estado para su familia y para él, tienen que enfrentar la vida solos, acuciados por los peligros y dificultades, sin vías de comunicación, que lo acerquen a los centros urbanos, donde sus cosechas tendrían especial recibimiento.
En estas dramáticas condiciones nuestros campesinos caen en los círculos económicos ilegales de quienes han dedicado sus vidas en ser parte de la llamada mafia de la cocaína y quienes en ultimas son los que más provecho sacan de estas economías ilícitas.
Un Estado serio y además responsable con sus más débiles comunidades está en la obligación ética y moral de encontrar salidas a estas dificultades que, en primer lugar, no hagan daño a las familias campesinas y en segundo lugar, garanticen su bienestar y el de sus empobrecidas familias. Nunca…pero nunca que sean los campesinos, sus animales y sus terrenos víctimas de envenenamiento con Glifosato.
Es mi deber recordarles a estos dirigentes testarudos que los campesinos por muy pobres y débiles que se encuentren, siempre tienen en las Altas Cortes nacionales, en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en la Corte Internacional de los Derechos Humanos (CIDH), verdaderos defensores, que no van a permitir bajo ninguna circunstancia, que las comunidades agrarias e indígenas vayan a ser envenenadas con un producto cancerígeno y teratogénico como lo es y está plenamente demostrado: el pavoroso Glifosato.
No logramos entender por que se suspendió la política responsable del gobierno de Santos donde se impulsó la sustitución de cultivos con las mismas comunidades, quienes asumían la tarea de erradicar los cultivos de coca y sustituirlos por cultivos de cacao, café, yuca, piña y otras que tan buenos dividendos comenzaron a dar desde sus mismos inicios.
El gobierno nacional debía plantearle al gobierno de los EE.UU. una estrategia de esta naturaleza que implica compromisos económicos para ayudar a superar esta crisis tan profunda que tanto daño hace a la sociedad colombiana.