Debo reconocer que sentí “un fresquito en el alma”, al decir del emblemático poeta ocañero Euquerio Amaya, cuando vi las impresionantes fotografías de las protestas en Santiago de Chile contra la desigualdad que llegaron a un nivel sin precedentes desde el derrocamiento de la dictadura de Augusto Pinochet, de dolorosa y trágica recordación.
Esta complacencia la venía sintiendo desde que observé la poderosa marcha que ciudadanos indígenas, campesinos y trabajadores realizaron en Ecuador, exigiendo respeto por los derechos inalienables de estas comunidades peligrosamente amenazadas por el gobierno neoliberal y plegado a los dictámenes del Fondo Monetario Internacional (FMI) de Lenin Moreno, presidente de Ecuador.
Hay un despertar de los pueblos de Latinoamérica decididos a cortar de raíz tantas injusticias y atropellos que les niegan la posibilidad real de vivir con dignidad y decoro. Ecuador y Chile han decidido ponerse a la cabeza de este magnifico ejemplo diciéndoles a sus gobernantes con estas impresionantes manifestaciones: BASTA YA de tantas promesas incumplidas, de tantos impuestos sobre sus menguados salarios. De tanta negación a sus derechos de vivir una vida plena de realizaciones en las áreas fundamentales de la educación, salud, servicios públicos, recreación y trabajo digno.
El denigrante proceder del presidente de Chile Sebastián Piñera de sacar los militares y la policía a reprimir a sangre y fuego, como en los peores tiempos de la dictadura pinochetista, a ese respetado y disciplinado grupo de mujeres y hombre que marchaban por sus calles exigiendo respeto por sus conquistas salariales logradas desde antaño y sobre todo el derecho de vivir con dignidad.
Daba la sensación que el más famoso discurso del Presidente de los EE.UU Abraham Lincoln, el de Gettysburg, pronunciado en la “Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados”, en la ciudad de Gettysburg, Pensilvania, el 19 de noviembre de 1863, cuatro meses y medio después de la batalla de Gettysburg durante la Guerra Civil Estadounidense, cobraba toda su fuerza histórica en cada uno de los manifestantes de Santiago y de Quito, invocando el Principio de Igualdad de los hombres y mujeres consagrados en la Declaración de Independencia cuando el presidente Lincoln, redefinió la Guerra Civil, como un nuevo nacimiento de la libertad para los EE.UU y sus ciudadanos, exclamando sus palabras históricas: “Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la historia”.
Tiempo después y antes de su execrable asesinato, el Presidente Lincoln ajustó su profundo pensamiento democrático diciendo: “Pueden engañar a todo el mundo algún tiempo. Pueden engañar a algunos todo el tiempo. Pero no pueden engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Ya están notificados los gobernantes que acostumbran a ofrecer en tiempos eleccionarios mejoras sociales para trabajadores y campesinos y cuando llegan al poder se olvidan de estos sagrados compromisos y se tornan fieles cumplidores de las drásticas recetas del Fondo Monetario Internacional y de los duros recortes salariales que aconsejan los sectores narco-financieros nacionales e internacionales.
Ya el mensaje llegó desde las calles de Santiago de Chile y desde el Ecuador profundo. La hora de los pueblos ha llegado y ellos van a exigir el cumplimiento de todo lo consignado en la Constitución Política, es decir: el derecho y el reconocimiento a todos los Derechos Humanos.