En el portentoso libro: “Gabo y Mercedes: Una despedida”, la excelente pluma y la profunda madurez de Rodrigo García Barcha, nos va conduciendo de la mano por el entramado complejo que fueron los últimos y dramáticos momentos de la vida de su padre, el inolvidable Gabriel García Márquez “Gabo”, como se le conocía mundialmente. En el proceso final de la vida ya no lo acompañaba la prodigiosa creatividad de los años juveniles, cuando fue capaz de entretejer y construir en sus vitales neuronas, la creación de ese mundo mágico de Macondo, poblado de sueños, luchas y esperanzas, donde José Arcadio Buendía levantó su legendaria familia, simbolizando en esta forma a todos los pueblos de nuestra cultura, surgida al sur del rio Bravo y que es conocida como la patria latinoamericana.
Según el juicioso escritor, a medida que Gabo llegaba a su edad adulta, el temible y terrible devastador que es el Alzheimer fue apareciendo entre las nebulosas cerebrales de Gabo y sin poder hacer nada significativo como tratamiento, se instauró en su mente y borró, de una manera persistente, todo el mundo mágico, tierno y familiar, hasta que ayudó a dar el puntillazo definitivo, ese triste día para las letras mundiales: 17 de abril de 2014, cuando nuestro premio Nobel de literatura cerró, para siempre, sus embrujadores ojos negros.
Debieron ser muy dramáticos los momentos finales con el paso implacable de los años, y en la medida que el tiempo transcurría con su inexorabilidad, el Alzheimer tomaba el control absoluto de su mente prodigiosa. Los momentos de confusión de Gabo debieron ser muy dramáticos para él y generarle mucha angustia en los momentos en que permanecía solo en su estudio o en el acogedor patio de su casa.
El libro trae una frase lapidaria cuando Gabo reconoce: “Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo”. Esto enseña la significativa agresión de la demencia senil, que va borrando todo, pero el cuerpo humano logra en un momento lucido llevar conciencia al cerebro que logra informar, finalmente, que se está perdiendo la memoria. El drama presente de la conciencia no continua. No puede continuar. El Alzheimer ha sitiado todos los caminos que hacen posible la conciencia. La memoria está bloqueada por una combinación de factores genéticos, ambientales y de estilo de vida que afectaron su cerebro a lo largo de toda su existencia.
Nos sorprende lo indefenso que es el Sistema Nervioso Central. Ese mismo sistema nervioso que años antes fue capaz de levantar cumbres literarias de la talla de “Cien años de soledad”, “El otoño del patriarca”, “Crónica de una muerte anunciada” o “El amor en los tiempos del cólera”, hoy el Alzheimer logró bloquear ese cerebro maravilloso y las neuronas cerebrales que antaño producían el milagro de sus cuentos y novelas hoy mueren, irremediablemente, ante la presencia patológica de complejos procesos endocrinos intracerebrales.
¿Qué decir? No hay nada más que decir. Nos quedamos impávidos ante la magnitud de la pérdida del más grande de los colombianos. Quizás el poema LIED del emblemático poeta ocañero Adolfo Milanés nos permita encontrar bálsamo para nuestro confundido corazón:
“Los hombres nos vamos y las cosas quedan; /queda lo insensible queda la materia. /Y se esfuma la célula activa /que piensa; /y se desbarata el cordaje divino / que vibra y que sueña; / y desaparece la lengua que canta / y el ojo que vela.
Los hombres se van y no vuelven nunca / más las cosas quedan…”