Cuando en los años sesenta del siglo pasado se crearon las guerrillas, iban por el poder. Con ideologías definidas, con ideas bien estudiadas, con base social, con apoyos intelectuales y bastante comprensión internacional, desbordados de entusiasmo, las Farc y el Eln primero, luego el Epl, después el M19 y otros sectores contestatarios armados, buscaron acabar el Frente Nacional, destronar “el orden actual”, imponer sus postulados revolucionarios e implantar un sistema político diferente, con distintos gobernantes y partidos, para que llegaran una nueva democracia y un compromiso social diferente.
La tarea no fue fácil. Distintos factores internacionales se sumaron a la contienda, los criterios intelectuales y los propósitos políticos fueron degradados por la gravedad de una lucha atroz, violenta en demasía, sucia en todos sus rincones, prolongada en exceso y sin resultados definitorios. La intensidad de la guerra se contaba por litros de sangre, diferentes lados y épocas reclamaron victorias estratégicas, empate técnico, fin del fin, y medio siglo no alcanzó para que se esculpiera el triunfo “en letras de molde”. ¿Quién ganó? En términos reales, fuera de explicaciones, teorías y pretextos, ninguno. Pero la guerrilla no logró su cometido, las posibilidades se cerraron, la perspectiva inmediata era la de continuar una guerra de desgaste, cruel para el país, y por fin surgió la razón de la inteligencia, tan subestimada por tantos, tanto tiempo.
La paz es la salida de todos. La paz abre el camino de perseguir y lograr ideales sin destruir, y brinda la oportunidad general de consolidar una buena democracia y de alcanzar un propósito común: el bienestar del pueblo.
El gobierno del Presidente Santos y las Farc dieron el paso, se lograron unos Acuerdos que no sin dificultades fueron acogidos por las instituciones y amplios sectores ciudadanos, políticos, sociales, intelectuales y empresariales. El país hace esfuerzos, en medio de incomprensiones y de mucha mala leche, para cumplirlos. Surgió un punto interesante: el Presidente Duque y su gobierno han dado muestras de apoyarlos. Se han presentado problemas, hay incumplimientos atribuibles a la parte institucional e inconformismo en las filas del partido fariano. El más retrechero ha sido Iván Márquez, quien está a punto de mandar los Acuerdos para el chorizo.
De Marquez se esperaba, como líder que fue de las Farc en los diálogos, que lo fuera también en la labor de buscar el cumplimiento de los Acuerdos. Pero hace rato se distanció de tales trámites y ahora, en declaración internacional, se duele de la entrega de las armas. Menciona la paz, no habla de guerra, pero la gente piensa: si Márquez desprecia la oportunidad de ir 8 años al Congreso Nacional, ¿cuál puede ser el plan B de este guerrero que no quiere hacer política constitucional? ¿De nuevo la guerra? Sería volver a las armas por el solo prurito de generar problemas, desgracia, muerte, sin destino, sin espacios. Ojalá este personaje interesante e inescrutable dé la talla en democracia y decida, de una vez por todas, hacer la guerra por sus ideas, pero “por otros medios”. ¡Aún es tiempo!