EL SER HUMANO NO SE VENDE

Opinión Por

El 31 de octubre de 1517, un monje agustino iniciaba una lenta revolución en el seno de la iglesia cristiana de occidente, dominada por la jerarquía eclesial asentada en Roma, Italia.

La cuestión de las indulgencias, que era lo que controvertía el monje ese día, no era otra cosa que los pastores de la iglesia de esa época comprando a sus feligreses a través de una vulgar mentira como era la de salvarse de las llamas del infierno.

Ese 31 de octubre, Lutero dejó constancia que los feligreses de base no eran ovejas sin criterio y que la libertad y autonomía eran asuntos importantes que no debían someterse al juicio e intereses de los pastores que pretendían manipular a su antojo el poder político de turno, y eso mismo sucedió, guardada la proporción del parangón, el 27 de octubre de 2019 con las elecciones de autoridades territoriales en Colombia.

El resurgimiento del denominado “voto cristiano”, que ya había existido a finales del siglo XX con la nueva Constitución Política Nacional de 1991, se había tornado en un hito en la historia política del país.

Las marchas contra las supuestamente homosexualizadoras cartillas del Ministerio de Educación, cuyos dirigentes fueron luego cooptados a favor de la campaña del No hacia los Acuerdos de La Habana, catapultaron a la palestra pública a un puñado de pastores y pastoras que con un discurso decididamente conservador y decimonónico, se convirtieron de la mano de los sectores ultramontanos existentes en el seno del Partido Centro Democrático y del Partido Conservador Colombiano, en un partido político que logró elegir dos Senadores y un Representante a la Cámara por Bogotá.

Ese nuevo partido político tenía el gran desafío de seguir demostrando que su discurso de la “defensa de la familia tradicional” y los “valores cristianos”, podría seducir a un gran sector de la ciudadanía lo que se traduciría en votos para sus candidatas y candidatos. La mayor apuesta que hicieron fue en el Distrito Capital, la mayor circunscripción electoral de Colombia.

Las rimbombantes reuniones con mil pastores cristianos, las asistencias a las megaiglesias pentecostales, las oraciones, las profecías, las bendiciones, todas repitiendo hasta la saciedad que el candidato de la maquinaria política de Bogotá, Miguel Uribe Turbay, era el “ungido”, el “bendecido”, el alcalde según el corazón de Dios”, hacía pensar que en efecto el voto cristiano, iba a ser determinante en esa elección.

Así lo decían sus dirigentes y así lo repetían varios medios de opinión y comunicación.Ya muchos se estaban imaginando que los pastores iban a cogobernar y que su discurso recalcitrante y antiderechos fundamentales se impondría sin piedad.

Sin embargo, algo falló.

En los cálculos que tenían, no estaban que Uribe Turbay solo tuviera 427 mil votos y fuera la última votación para la Alcaldía Distrital a pesar que la cantidad de partidos que lo respaldaban.

¿Qué falló?

¿El excesivo uso en la campaña del color azul del actual y desastroso Gobierno Distrital? ¿Decir que los demás no eran de Peñalosa y Uribe Turbay sí? ¿El tono tropelero y recalcitrante del candidato? ¿Todas las anteriores?

Algunos afirman que el voto del bogotano es un voto más de opinión y poco de maquinaria política, otros dicen que la pelea no era por los votos de los polos del espectro representados en los respectivos candidatos de los caciques de turno (Petro y Uribe Velez), sino por el voto indeciso y el del llamado centro, algo que corroboran las cifras de votación por Claudia López y Carlos Fernando Galán quienes no entraban tan fácil en peleas como Hollman y Miguel.

Si se aplica ese análisis, podemos afirmar que no todos los miembros de las megaiglesias y las iglesias de barrio apoyaron al que dijera su pastora o pastor, sino que prefirieron usar su libertad para votar por lo que su conciencia le decía, alejándose de la aburridora polarización que mantenía la campaña electoral.

Los feligreses dejaron botados a sus pastores.

Quienes pretendían comprar el voto del feligrés cristiano, “tacaron burro” como dicen en mis tierras y no pudieron, por lo menos esta vez, con sus pretensiones.

Es de esperar que sigan con sus discursos polarizadores y beligerantes, pero la derrota deja un mensaje más que claro: el ser humano no se vende, y mucho menos por lisonjas.

Ojalá y los dirigentes de Colombia Justa y Libres, que se vendía como el “partido del pueblo cristiano”, y que con los resultados del domingo 27 de octubre ahora quedó reducido al “partido de los pastores carismáticos”, recuerden el mensaje de Lutero y no sigan pretendiendo comprar las mentes y los corazones de los feligreses de sus congregaciones con sus mentirosas bendiciones y profecías.

Zootecnista Universidad Nacional de Colombia, Candidato a Magíster en Producción Animal de la Universidad Nacional. Coordinador Nacional para asuntos de Paz de la Organización Nacional de Juventudes Liberales 2014-2018.