No tengo claro cuando se entronizó en el país el terrorismo como la acción sistemática y perversa de dañar el alma de los pueblos. El terrorismo busca prolongar su efecto desalmado, más allá del tiempo y de la distancia. Trata a toda costa de romper la ética y la moral, produciendo efectos desastrosos que traspasan las rígidas barreras del código genético dando como resultado sociedades temerosas, huidizas, acobardadas, sin capacidad de luchar en el presente y entregadas, en forma sumisa, en el futuro. Su golpe va precisamente orientado a derrumbar el corazón y aun más, a golpear el alma de la nación.
Esto es lo que precisamente ha venido sucediendo desde tiempos pasados y ahora que lo vemos resurgir como el monstruo de mil cabezas que es, la nación se recoge en sí misma, temerosa de las fatales consecuencias que nos trae.
Terrorismo es el sistemático asesinato de los lideres sociales y de los Derechos Humanos que se viene dando todos los días, a lo largo y ancho de la geografía nacional y que amenaza continuar con mas fuerza y contundencia que la demostrada hasta ahora, sembrando la zozobra y el terror al interior de las comunidades campesinas, étnicas y afrodescendientes.
Terrorismo es el “Execrable atentado” como lo llamó la Embajada de Cuba, realizado en la “Escuela de Cadetes de la Policía Nacional General Santander”, contra una institución Universitaria que imparte educación y formación cívica acerca de los valores y contenido de la Constitución Política Colombiana y donde vienen a formarse jóvenes, nacidos en el genuino seno del pueblo, de varias naciones suramericanas.
Terrorismo fue la profunda herida causada sobre el corazón de la patria por los grupos mafiosos que pretendieron imponer a sangre y fuego su maligna concepción y doblegar la justicia colombiana, dinamitando edificios gubernamentales, asesinando a prohombres de nuestra sociedad y haciendo estallar aviones repletos de pasajeros en pleno vuelo, sin la más mínima consideración.
Contra esta hidra de mil cabezas es que tenemos que luchar y vencer todas las colombianas y colombianos de “buena voluntad” para evitar que nuestra nación se profundice en este horroroso mar de sangre que ya amenaza a su propia institucionalidad. Es urgente levantar las banderas del respeto, la solidaridad, la tolerancia que nos debemos todos los colombianos y todos los seres del mundo.
El largo y complejo proceso de humanización que como especie hemos vivido y que comenzó en las entrañas de las cuevas prehistóricas no puede perderse, bajo ningún pretexto, para regresar de nuevo a la barbarie, la violencia y la muerte. No existe, entre el cielo y la tierra, ninguna justificación que entregue “patente de corso” al terrorismo. Al ir dejando en parque, escuelas y universidades nidos de pentonita y dinamita que van destruyendo el corazón de nuestros jóvenes, ansiosos ellos también por construir un nuevo proyecto de país basados en la ética, la justicia, la solidaridad, la equidad, el amor por el prójimo y por la naturaleza de la cual somos parte indisoluble.
Ante la dramática situación que vive el país, debemos buscar todos los caminos que nos conduzcan a trabajar por un proyecto unitario de nación y comprometernos a seguir al pie de la letra, el angustioso llamamiento del Padre de la Patria, Simón Bolívar, en su lecho de muerte:
“¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria”. Felicidad que está muy lejos de los momentos aciagos que vivimos en los últimos días, con el derramamiento de sangre joven e inocente que nos concita a construir los espacios democráticos para tramitar nuestras diferencias y construir el proyecto de sociedad que soñamos.
- EMBAJADOR DE COLOMBIA EN EUROPA
VICE.PRESIDENTE DEL COMITÉ PERMANENTE DE DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS. CPDH.
Enero 21 de 2019