El tema de la unidad nacional, como elemento cultural y de identidad, además de los aspectos fácticos, emerge periódicamente en nuestro devenir como sociedad y en ocasiones parece convertirse en factor de controversia y de afectación. Pero las preguntas que se pueden derivar de allí son, ¿existen realmente elementos de identidad nacional? ¿Tienen importancia para nuestra vida cotidiana y el desarrollo como sociedad?
Siempre esa reflexión acompaña momentos de nuestro transcurrir. Porque si no existe clara conciencia de que somos parte de una misma comunidad política, entonces, qué importancia puede tener, para aquellos que consideran a una parte o sectores de nuestros compatriotas como enemigos y como casi-lastres de la misma, lograr construir propósitos comunes y buscar trabajar de manera colectiva en la consecución de los mismos. Si existieran esos referentes identitarios nos dolerían mucho más la muerte de nuestros compatriotas, de nuestros niños, las condiciones infrahumanas en que viven miles (¿millones?) de ellos. Y por supuesto podríamos pensar en serio –no solamente como un elemento discursivo- en la necesidad de construir estrategias compartidas para conseguir, por ejemplo, la ‘paz total’ –no solamente la paz con los ‘amigos’ como pareciera ser la motivación de algunos-, ser capaces de encontrar caminos de reconciliación nacional, construir proyectos políticos de futuro pensando en la totalidad nacional.
Por supuesto, no estamos diciendo que para que existan elementos de identidad nacional se necesita que todos pensemos lo mismo, no; eso sería ilusorio; las diferencias y la diversidad son elementos fundamentales de una sociedad moderna y democrática; pero sí es necesario que existan elementos de identidad por encima de las diferencias partidistas, regionales o sociales. Pero no es eso lo que parece estar circulando en el ámbito de las propuestas políticas, sino más bien, cómo unos sectores logran ganar el poder para golpear a los otros y seguir perpetuando la fragmentación de la comunidad política.
Claro, no faltarán los que digan, es que las fracturas sociales son consustanciales a las sociedades reales y eso de la unidad nacional es solamente un discurso para distraer. Sin embargo, considero que vale la pena detenerse un momento a reflexionar al respecto, porque si eso no es posible, entonces pondríamos en duda la propia existencia de la comunidad política como base de construcción de sociedad. La pregunta que surge y bien compleja es acerca de los elementos que nos dan esa identidad. En algunos casos se hace referencia a la lengua, la religión, la historia compartida, de los cuales seguramente en nuestro caso es el único relevante –los otros dos son compartidos por los países de Hispanoamérica-, pero claramente, también la historia, en la medida en que hay pretensiones de hacer re-lecturas de la misma, se vuelve un campo de divergencia.
Sería posible, en teoría, pensar en construir proyectos de unidad mirando hacia el futuro, sin exclusiones sino por el contrario buscando incluir en la diferencia. Pero ello requeriría un liderazgo con una gran capacidad de convocatoria que parece no estar muy presente en los actuales liderazgos políticos que sólo plantean proyectos excluyentes y en cierta medida revanchistas y por lo tanto sólo contribuirán a ahondar las diferencias sociales y políticas antes que ayudar en la construcción de unidad nacional. Sin embargo, considero que la posibilidad de echar las bases de unidad e identidad nacional podría estar en un proyecto de futuro, incluyente e incorporador de la diversidad, pero esto requiere verdaderos estadistas que no están muy presentes en el actual escenario político nacional. Ojalá emerja un liderazgo con esas características porque sería el verdadero proyecto necesario para los actuales momentos.